Tiempo para morir (Eclesiastés 3:18-22)

imagen de una mano empuñada como sosteniendo aire, con la palabra tiempo para morir, junto a la cita bíblica de Eclesiastés 3:18-22

Manuscrito

Texto bíblico: Eclesiastés 3:18-22

En nuestro recorrido por Eclesiastés, hemos visto cómo el pensamiento del Predicador ha evolucionado. Comenzó afirmando que todo es vanidad, exploró los placeres, la sabiduría y el trabajo sin encontrar satisfacción duradera. Pero en este capítulo 3, su perspectiva ha cambiado. Ha descubierto que Dios “todo lo hizo hermoso en su tiempo” y que nos ha dado el don de disfrutar nuestro trabajo mientras vivimos.

También hemos visto como esta nueva visión le ha dado al Predicador una actitud menos resignada y fatalista frente a las distintas áreas de la vida.

En los versículos anteriores (3:16-17), el Predicador abordó una de las grandes objeciones a esta visión: la injusticia que parece prevalecer en el mundo. pero su respuesta fue que habrá un tiempo para el juicio, donde Dios juzgará tanto al justo como al impío.

Ahora, en los versículos 18-22, enfrenta la otra gran objeción: la realidad ineludible de la muerte. Si todos morimos igual que los animales, ¿qué diferencia hay entre vivir justamente o no? ¿Entre practicar la justicia o no? ¿Qué sentido tiene todo?

Esta pregunta no es nueva para el Predicador. Ya en el capítulo 2 se lamentaba: “¿De qué me aprovecha ser sabio? ¿Acaso no muere el sabio igual que el necio?” Pero ahora, habiendo descubierto los tiempos soberanos de Dios y la eternidad puesta en nuestros corazones, su respuesta adquiere otra perspectiva.

El Predicador no niega la realidad ineludible de nuestra mortalidad física. Al contrario, la enfrenta directamente. Pero en lugar de ver en ella una razón para el nihilismo, o el fatalismo, como parecía ser en el capítulo 2, encuentra una invitación a vivir sabiamente el presente, conscientes tanto de nuestros límites como de nuestra trascendencia.

El argumento que desarrollaremos esta mañana es el siguiente:

La muerte física es segura para todos, pero podemos disfrutar el vivir ahora mientras esperamos la herencia eterna.

Lo veremos a la luz de los siguientes encabezados:

  1. La realidad humana probada en la muerte
  2. La dimensión espiritual más allá de la muerte
  3. La sabiduría de disfrutar antes de la muerte

1. La realidad humana probada en la muerte (v.18-20)

“Respecto a los hijos de los hombres, dije en mi corazón que Dios los prueba para que vean que son semejantes a las bestias. Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como muere el uno, así muere el otro, y todos tienen un mismo aliento de vida; ni tiene el hombre ventaja sobre la bestia, porque todo es vanidad. Todos van a un mismo lugar; todos son del polvo, y todos vuelven al polvo.” (Eclesiastés 3:18-20)

El Predicador comienza esta reflexión con una afirmación de que Dios “prueba” a los seres humanos para que reconozcan su semejanza con los animales. ¿Qué es lo que Dios quiere clarificar a través de esta prueba? Nuestra condición mortal compartida con el resto de la creación.

El proceso físico de la muerte no hace distinciones entre el rey y el animal, entre el sabio y la bestia. Hay una realidad ineludible y es que un día todos moriremos.

Así lo afirma también el autor de Hebreos: “Está establecido para los hombres, que mueran una sola vez y después de esto el juicio” (Heb 9:27)

El Predicador ya había notado anteriormente que “el sabio muere igual que el necio”. Pero ahora, esta realidad se integra en una visión más amplia de los tiempos designados por Dios. La muerte ya no es simplemente el absurdo que anula todo sentido; es parte del orden divino, uno de los tiempos establecidos para toda criatura.

La referencia al “mismo aliento de vida” viene de Génesis 2:7, donde Dios forma al hombre del polvo y sopla en él aliento de vida. El Predicador reconoce que compartimos con los animales tanto nuestro origen (polvo) como nuestro destino físico inmediato (volver al polvo).

Ahora bien, ¿Por qué es esto una “prueba”? Porque la muerte confronta nuestra tendencia a la arrogancia, a olvidar nuestros límites, a vivir como si fuéramos dioses y no criaturas. Nos recuerda, en palabras de Abraham, que somos “polvo y ceniza” (Génesis 18:27).

Pero no perdamos de vista la relación el tema que viene desarrollando sobre la justicia La idea es más o menos esta: Si todos, justos e injustos, compartimos la muerte como destino físico común, entonces debe haber algo más allá de lo visible para que la justicia divina se cumpla plenamente. La muerte física no puede ser el final de la historia si Dios es verdaderamente justo.

El Predicador no está promoviendo un materialismo crudo que reduce a los humanos a meros animales. Está reconociendo la tensión entre nuestra semejanza física con las bestias y la intuición profunda de que hay algo más en nosotros – esa “eternidad” que Dios ha puesto en nuestros corazones (3:11).

Esta tensión nos prepara para el siguiente punto, donde el Predicador abordará el aspecto espiritual, lo que viene después de la realidad física de la muerte.

2. La dimensión espiritual más allá de la muerte (v.21)

¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra?” (Eclesiastés 3:21)

Después de confrontarnos con la realidad de nuestra mortalidad física, el Predicador ahora dirige nuestra atención a una perspectiva espiritual. Este versículo ha sido malinterpretado frecuentemente como una expresión de duda sobre la vida después de la muerte. Sin embargo, una lectura más cuidadosa nos deja ver algo diferente.

El Predicador no está cuestionando si hay una diferencia entre el destino del espíritu humano y el animal. Más bien, está señalando que esta diferencia no es empíricamente observable “bajo el sol” — es decir, desde nuestra limitada perspectiva terrenal. La pregunta es retórica, invitándonos a reconocer los límites de nuestro conocimiento puramente empírico.

Dicho de otro modo: la realidad de la muerte se puede observar, vemos el cuerpo morir del hombre como del animal, pero no podemos ver lo que sucede espiritualmente, es algo a lo que no tenemos acceso, aun cuando sabemos que hay algo que sucede, no tenemos todos los detalles exactos.

El predicador lo que hace es reconocer su limitación y la poca comprensión que se tenía hasta ese momento de la realidad del mundo espiritual después de la muerte.

Esta interpretación es coherente con el resto del libro. En Eclesiastés 12:7, el Predicador afirma con claridad: “y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio.” No hay duda aquí, sino certeza sobre el destino del espíritu humano.

También ha dicho que Dios ha puesto la eternidad en el corazón (Ecl 3:11). Lo que el Predicador está destacando entonces en 3:21 es la tensión entre lo que podemos observar con nuestros sentidos y lo que solo podemos conocer por revelación o fe.

Tenemos una intuición innata de lo trascendente, un anhelo de eternidad que nos distingue del resto de la creación. Sin embargo, como también señala ese versículo, “el hombre no alcanza a comprender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.” Hay una limitación en nuestro entendimiento, especialmente cuando se trata de realidades espirituales.

Hoy nuestra comprensión de esa realidad espiritual es mucho más completa. El rico de la parábola del rico y Lázaro le dijo al Señor que enviara a alguien para que le hablara a sus familiares del lugar de tormento y la respuesta del padre Abraham es que no creerán ni si alguien se levantare de entre los muertos (Lc 16:31).

Todavía no tenemos todos los detalles de la vida después de la muerte, pero por la resurrección sabemos que aquellos que viven para Dios vivirán eternamente en la presencia del Señor.

La otra cosa que sabemos es que los viven de espaldas al Señor y practican la injusticia enfrentarán una horrenda expectación del juicio de Dios.

Esto tiene profundas implicaciones para cómo vivimos. Si solo somos polvo destinado a volver al polvo, sin una dimensión trascendente, entonces el nihilismo o el hedonismo serían respuestas razonables. “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos,” como dirían los epicúreos citados por Pablo en 1 Corintios 15:32. Pero si hay una realidad espiritual más allá de lo visible, si nuestro espíritu vuelve a Dios que lo dio, entonces cada decisión, cada acción, cada momento adquiere un significado eterno.

En Cristo vemos la respuesta definitiva a la pregunta del Predicador: el espíritu humano no solo “sube arriba” de manera diferente al de los animales, sino que en Cristo, incluso nuestros cuerpos serán redimidos y transformados. Como afirma Pablo: “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:53).

Esta esperanza no niega la realidad de nuestra condición actual, pero la pone en el contexto de un plan divino mayor, es la muerte vista por encima del sol. Nos permite vivir con los pies firmemente plantados en la tierra mientras nuestros corazones anhelan el cielo. Nos permite enfrentar la muerte no con negación o desesperación, sino con humilde confianza en el Dios que nos creó para algo más que el polvo.

Entonces la pregunta qué sigue es sabiendo que vamos a morir indefectiblemente y que habrá un destino para nuestras almas, ¿cómo podemos vivir ahora? La respuesta del Predicador nos conduce de la mano a nuestro último encabezado.

3. La sabiduría de disfrutar antes de la muerte

“Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?” (Eclesiastés 3:22)

El Predicador concluye esta sección con una afirmación que puede parecer sorprendente después de su meditación sobre la muerte y lo espiritual

Notemos primero que esta no es una idea aislada. El Predicador ya ha presentado conclusiones similares anteriormente en 2:24: “No hay cosa mejor para el hombre, sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo.” Esta idea será reiterada múltiples veces a lo largo del libro (5:18; 8:15; 9:7-10), formando un estribillo esencial en la sabiduría del Eclesiastés.

Lo que cambia no es la conclusión, sino su fundamento. Anteriormente, en el capítulo 2, esta alegría en el trabajo parecía más una resignación ante la vanidad de todo esfuerzo humano, es lo que hay y nada más. Pero ahora, tras reconocer los tiempos soberanos de Dios, la eternidad en nuestros corazones, y la promesa del juicio divino, esta misma invitación adquiere otro color.

La frase “alegrarse en su trabajo” no se refiere a buscar placeres que nos distraigan de realidades incómodas. Al contrario, implica encontrar satisfacción en el trabajo mismo, en la labor cotidiana, precisamente porque entendemos su lugar en el plan de Dios.

“Esta es su parte,”, esto es muy interesante en este pasaje porque tiene connotaciones de herencia o porción asignada. Sugiere que este disfrute del presente no es algo que fabricamos para escapar de la realidad, sino un don divino, una asignación de Dios para nosotros mientras estamos “bajo el sol.”

Dios nos ha dado el disfrute de la vida como una herencia terrenal antes de disfrutar de la herencia eterna después de la muerte.

Eso es tremendo cambio en la mentalidad del predicador. En los capítulos anteriores él estaba preocupado por quién se iba a quedar con su “parte” pero miren aquí como ahora esa “parte” o esa herencia ya no son las cosas materiales o su legado sino la capacidad de poder disfrutar del fruto de su trabajo.

No sé si lo ven, pero eso es asombroso. Entender la muerte y la esperanza eterna como algo que Dios ha establecido nos ayuda a no poner nuestra mirada en las cosas sino en la bendición de poder disfrutarla.

Cuando eso no se entiende, la muerte se vuelve algo amargo porque corta a la persona la capacidad de seguir consiguiendo cosas materiales, en cambio, para alguien que lo ve como el plan de Dios la muerte es algo como esto: has disfrutado bastante de la herencia que te di, ahora vendrás a disfrutar de una eterna.

Es por eso que el texto dice que una vez la persona muere, ya nadie lo traerá para que vea lo que va a ser después de él en este mundo. En otras palabras, hay una realidad nueva después de la muerte en la que no podremos intervenir en lo absoluto en lo que transcurre en el presente por lo que es un desperdicio vivir solo para lo quedará después de nosotros.

Cuando el silbato suena, se acaba el partido y comienza otro. Ganado o perdido, lo que se espera es que lo hayamos disfrutado con todas nuestras fuerzas.

Este Predicador no está amargado por el límite que le impone la muerte, por lo será o no será después de él, por qué pasará con el injusto o quién se quedará con lo suyo, este predicador ahora ve la muerte como una meta que todos cruzaremos y está comenzando a disfrutar de la carrera.

No están respondidas todas las preguntas y temores sobre la muerte, pero sin duda, ha dado un gran paso y espero que ustedes también a la luz de esta comprensión.

En definitiva, saber que moriremos pero que tendremos una esperanza segura en la eternidad es el principal motivo para vivir y disfrutar la vida que Dios nos ha dado.

Desde esta perspectiva la muerte no es más que lo que nos separa de dos grandes regalos: el disfrutar la vida aquí o hacerlo por la eternidad.

Es así como Pablo resolvió esta tensión y por eso la muerte no era un problema.

Filipenses 1:20-24 (NTV):

20 Tengo la plena seguridad y la esperanza de que jamás seré avergonzado, sino que seguiré actuando con valor por Cristo, como lo he hecho en el pasado. Y confío en que mi vida dará honor a Cristo, sea que yo viva o muera. 21 Pues, para mí, vivir significa vivir para Cristo y morir es aún mejor. 22 Pero si vivo, puedo realizar más labor fructífera para Cristo. Así que realmente no sé qué es mejor. 23 Estoy dividido entre dos deseos: quisiera partir y estar con Cristo, lo cual sería mucho mejor para mí; 24 pero por el bien de ustedes, es mejor que siga viviendo.

La capacidad de alegrarnos en nuestro trabajo, de disfrutar los dones presentes de Dios es un testimonio esencial de nuestra confianza en que, pese a las apariencias, Dios “todo lo hizo hermoso en su tiempo” (3:11) y que un día juzgará “al justo y al impío” (3:17). Es una declaración viviente de que, aunque nuestros cuerpos vuelvan al polvo, nuestro espíritu vuelve a Dios que lo dio, y esa esperanza transforma cómo vivimos ahora.

Somos llamados entonces a honrar tanto nuestra humanidad como nuestra eternidad, a abrazar el presente como don divino mientras confiamos en el futuro, en el tiempo para el juicio justo de Dios.

La expresión máxima de esta verdad la encontramos en el Nuevo Testamento. Este es el corazón del evangelio: El Señor vino a resolver el problema de la muerte asegurando nuestra eternidad para que ahora “tengamos vida, y la tengamos en abundancia” (Juan 10:10).

Amigo, espero que hoy este mensaje haya traído esperanza a tu alma y sea un alivio para el horrendo temor que produce la muerte cuando no estamos seguros en Cristo.

El Señor te llama a que confíes en Él y si lo haces tu mayor problema estará resuelto; pero si tu rehúsas a hacerlo, no solo tendrás que enfrentar la muerte como el creyente y como el animal incluso, sino que tu destino eterno será separado de Dios, por haber ofendido precisamente a un Dios eterno.

Ven a Cristo, él ha prometido darte vida y una vida abundante.

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