Yo soy el que soy

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De aquí ese pavor y asombro con el cual, como la Escritura uniformemente nos relata, los hombres santos fueron sobrecogidos cada vez que enfrentaron la presencia de Dios…

Los hombres nunca son debidamente tocados e impresionados con la convicción de su insignificancia hasta que se comparan a sí mismos con la majestad de Dios. —Juan Calvino

Estas palabras de Juan Calvino son eco de una de las realidades más importantes de toda la Biblia, pero al mismo tiempo, una de las más olvidadas, es la idea de que una visión correcta de Dios, de Su santidad y Sus atributos, nos conducirá a una mayor conciencia de Su grandeza o por ende, a una mayor conciencia de nuestros propios pecados y a una mejor adoración.

Todo lo que un creyente es, está ligado a su conocimiento y conciencia permanente de la santidad de Dios. Es aquí donde ha comenzado la tragedia reciente de la iglesia, en reducir a Dios para engrandecer al hombre y el resultado es una religión cada vez más alejada de la verdadera adoración. 

Este es el gran tema del libro de Éxodo. Es la historia de un Dios poderoso, compasivo, pero también santo que usa a instrumentos débiles, que son santificados por él para llevar a cabo su plan: adorarle y engrandecer Su gloria. 

Como predicador, llego a este pasaje con un profundo sentido de indignidad. Cuando alguien habla de la santidad de Dios o de sus atributos, puede ser percibido como quien ha alcanzado un alto grado de esa santidad, pero la verdad es, y esto es algo que R.C. Sproul comenta en su libro la Santidad de Dios, [1] entre más fieles intentamos ser al texto que habla de Dios, más crece nuestra distancia de Él y, por tanto, la carga, y es justo eso lo que produce dicho sentido de indignidad.

Pero yo espero que hoy ustedes también sean expuestos a este mismo sentir. Que este pasaje nos permita ver con toda claridad al Dios santo que se ha revelado en las Escrituras, que Él nos haga navegar en las profundas aguas de su carácter y que, al igual que Moisés, podamos responder con reverencia y adoración.

Hemos estado viendo en los capítulos anteriores la historia de Moisés y su fracasado intento por libertar al pueblo de Israel de la esclavitud por su propia mano y como emerge Dios como el verdadero libertador de Su pueblo. 

El capítulo 2 de Éxodo nos dejó con la introducción de lo que hoy veremos: Dios escuchó el clamor del pueblo y estaba dispuesto a actuar a su favor, pero ¿Cuándo lo haría? ¿Por medio de quién? ¿De qué manera? De eso se tratan los capítulos siguientes, de Dios llamando a un Moisés que se considera a sí mismo indigno, pero que con el respaldo y el poder del Señor empezaría su camino para conducir a Israel a la tierra que estaba preparada para ellos. 

Y aunque todo el capítulo 3 aborda el llamado, la comisión y la respuesta de Moisés a la iniciativa de Dios de llevar a cabo la liberación de Israel, hoy nos concentraremos en los versículos 1-12 del capítulo 3, donde veremos: 

1.  El Dios santo que llama (1-6)

2.  El Dios misericordioso que comisiona (7-12)

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