Una gran algarabía se escuchaba a la distancia en pleno desierto. Era una masa enorme de personas, hombres, mujeres y hasta animales. El grito parecía un cántico. Una fiesta y en efecto de eso se trataba. El motivo de la celebración era que habían sido librados de la esclavitud que habían sufrido por más de 400 años y además de eso, su enemigo estaba ahora junto con todo su ejército sepultado bajo las aguas; Dios lo había hecho.
Él envió a un Libertador para rescatarlos del yugo de opresión en el que se encontraban y con mano poderosa abrió el mar para que Su pueblo pasara en seco mientras sus enemigos morían ahogados.
El pueblo siguió caminando por el desierto por varias semanas. Una nube en el día impedía que el sol los fatigara y otra en la noche los alumbraba y calentaba de modo que no murieran de frío. El calzado crecía con ellos, cada mañana había pan que caía del cielo para alimentarse y cuando tenían sed una pequeña se convertía en un manantial. No eran un ejército, no tenían muchas armas, pero cuando los enemigos salían al paso huían porque el Señor peleaba por ellos.
Un día, su líder fue a encontrarse con Dios en la cima de una montaña. Él iba a recibir las leyes que iban a regir la vida de este nuevo pueblo libre y que ahora solo necesitaría un territorio para ser una nación. El encuentro se extendió por más de un mes hasta que en el día indicado bajó de la montaña al campamento. Mientras se acercaba escuchó un bullicio, parecía una fiesta, pero no era muy claro, entre más se acercaba más evidente era, hasta que estuvo lo suficientemente cerca para darse de cara con la realidad: el pueblo había construido un Dios falso de bronces y estaba adorándolo como si fuera al Dios verdadero. Ellos intentaron justificarse; decían que era una forma de adorar más real, puesto que al Dios que los había sacado de la esclavitud, aunque era poderoso, no era visible, así que pensaron que sería buena idea tener dos dioses. Uno visible y uno poderoso.
El líder se enojó tanto, que las leyes que habían sido escritas con el mismo dedo de Dios y que había traído para leerla frente a la congregación se partieron en pedazos. Ese día fue oscuro. La muerte cayó sobre el campamento como juicio. Habían cambiado la verdad de Dios por la mentira. Olvidaron que Dios no comparte su gloria y que es un Dios celoso. Pensaban que podían jugar con Dios, pero se equivocaron.
Yo espero que estas alturas usted pueda identificar esta historia. Es la del pueblo de Israel que a pesar de ver la mano poderosa de Dios sobre ellos, fabricó sus propios dioses y su propia manera de adorarlos, pero en consecuencia se encontraron con la justa ira de Dios.
Esta no es una historia exclusiva, es algo que se repite a lo largo de toda la Biblia y deja una enseñanza clara: la adoración a Dios será conforme a la verdad o no será y toda forma falsa de adoración recibirá la justa ira del Señor.
Ese es el tema que nos compete hoy en el texto que consideraremos. De cómo en la iglesia de Galacia habían cambiado el Evangelio de la verdad por un evangelio falso y como en consecuencia estaban poniéndose bajo maldición. De cómo al intentar “mejorar” el evangelio de la gracia, habían creado otro evangelio que no era el evangelio y que atentaba contra el sacrificio de Cristo.
Así que veremos nuestro texto a la luz de los siguientes puntos:
- Una declaración vehemente: No hay otro evangelio
- Una sentencia firme: Quien enseñe otro evangelio sea anatema
- Un compromiso genuino: No agrado a los hombres sino a Cristo