La vida de los espirituales (Parte 1)

En los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992 el mundo vio la imagen de un atleta de élite de los 400 metros llorando, apoyado en el hombro de su padre, cojeando para terminar una carrera para la que se había preparado por años, pero que ahora estaba siendo estropeada por una lesión.  Esto por supuesto, puso de pie unos 65.000 espectadores del presente en el estadio, al mismo tiempo qué la escena quedaría grabada como uno de los eventos más memorables en la historia de estos juegos. 

Derek Redmond, quien corría para el equipo británico, se convirtió en un ejemplo de perseverancia, pero más allá de su esfuerzo y la loable hazaña, lo verdaderamente conmovedor fue el momento en que un hombre mayor corrió hacia la pista, saltando toda la seguridad, y superando todo obstáculo llegó para sostenerlo, era su padre Jim Redmond (10-04-22) quien lo apoyó sobre su hombro y con él a cuestas llegó hasta la meta. Nadie entendía mejor su dolor que aquel que había estado con él durante su preparación y que ahora era su soporte y apoyo en sus dolorosos pasos. 

En una entrevista, el padre de Derek dijo: “Pasara lo que pasara, tenía que terminar la carrera y yo iba a ayudarlo. Comenzamos su carrera deportiva juntos y teníamos que acabarla juntos”.

El mundo no olvida estas escenas porque no está acostumbrado a ellas. Cuando todos buscan su propio bien, ver a alguien que se pone al lado de otro para apoyarlo cuando ha caído, aun cuando sea su padre, el evento se convierte en un acontecimiento, la anécdota en hazaña. 

Y es de eso precisamente de lo que hablaremos en la mañana de hoy, de cómo los que son espirituales deben reflejarlo no en envidias y celos sino en el apoyo que se dan el uno al otro, movido no por una compasión humana solamente, sino por el impulso del Espíritu para cumplir así la ley de Cristo. 

Hasta ahora hemos visto cómo Pablo ha estado exhortando a los de Galacia a confiar en que la libertad que han recibido de la ley es una que los capacita para una vida que agrada a Dios, por lo que no deben considerar siquiera volver atrás o usar esta libertad como una excusa para el pecado, sino perseverar en amor los unos por los otros y en andar persiguiendo el fruto del Espíritu, como lo vimos la semana pasada. 

El capítulo 6 es el bloque final de esta carta. Después de mostrar que él es un apóstol del verdadero evangelio, que dicho evangelio es el único que salva y no las obras de la ley, después demostrar que creer en Cristo trae la verdadera libertad y luego mostrarles a los hermanos cómo se ve el fruto del Espíritu en la vida de los creyentes, en contraste con las obras de la carne, ahora el apóstol Pablo se encamina a mostrar cuáles son las cosas que hacen los espirituales viviendo en comunidad. Cómo deberían vivir aquellos que han creído en Cristo en cuanto a su relación los unos con los otros. Cuáles son las evidencias del fruto del Espíritu en las relaciones. 

Ya vimos en el versículo final del capítulo 5 que Pablo está preocupado por las divisiones y pleitos que se habían generado en la iglesia a causa de que cada uno buscaba lo suyo propio y que debido a las obras de la carne había una cultura de envidia y egoísmo; y aquí ahora continúa el texto mostrando qué es lo que, si deberían hacer, como es que deberían vivir. Y hay básicamente dos cosas que los espirituales son llamados a hacer:

  • Los espirituales se apoyan unos a otros, no se atacan. 
  • Los espirituales se ocupan de las necesidades materiales los unos de otros, no son egoístas. 

Hoy, nos vamos a ocupar solo del primer aspecto. Los espirituales se apoyan unos a otros. La próxima semana veremos el siguiente aspecto. 

Así que, nuestro argumento es simple:

Los que son espirituales, no carnales, se caracterizan porque se apoyan y se soportan unos a otros en sus debilidades, no se atacan ni se destruyen. 

Y lo veremos a la luz de los siguientes puntos:

  1. Los espirituales se apoyan unos a otros con mansedumbre (1)
  2. Los espirituales llevan los unos las cargas de otros como Cristo (2-3)
  3. Los espirituales no compiten unos con otros con arrogancia (4-5)

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