Si usted saliera a la calle y escogiera personas aleatoriamente para preguntarles si ellos se consideran hijos de Dios, ¿cuál cree que serían las respuestas?
No necesitamos un estudio de una universidad prestigiosa para predecir que muchos responderían que sí, que ellos se consideran parte del pueblo de Dios, más específicamente hijos; y muy seguramente algunas de las razones que encontraríamos sobre este convencimiento serían cosas más o menos cómo estás: “Yo nunca he matado a nadie; procuro ser buen vecino, nunca he tomado algo que no me pertenece; me levanto y oro todas las mañanas; además, tengo un tío que es pastor y mi abuela siempre ora por mí”.
El problema con estas respuestas es que dichas personas, consciente o inconscientemente, están escogiendo un camino para justificarse y en la gran mayoría de casos es el camino de la ley, el de los mandamientos, el de las reglas morales. No el de Cristo. De hecho, la probabilidad que encuentres una respuesta cómo está: “Yo soy un hijo de Dios por su gracia, porque yo era un pecador, pero Cristo murió en mi lugar para hacer que ahora pertenezca a su pueblo sin que yo lo mereciera”; es remota incluso si la encuesta se realiza entre que quienes se auto perciben como cristianos.
Como podemos ver, hay dos caminos para intentar justificarse ante Dios, el de la ley y el de la fe. El de obedecer las reglas o el de creer en la obra de Cristo que nos ha salvado y la realidad es que estos caminos conducen a caminos opuestos. El camino de la ley conduce a la maldición y la muerte, pero el camino de la fe y de Cristo conducen a la bendición de la vida eterna.
Es de eso de lo que hablaremos en el sermón de hoy y donde completaremos la idea que ya Pablo había comenzado a desarrollar en los versículos anteriores.
Quiero que se hagan esta idea en sus mentes para tratar de entender el razonamiento del apóstol Pablo. La idea es la de un juicio en la que Pablo es el abogado defensor y donde el evangelio de la fe es acusado por una contra parte, que son los falsos maestros que entraron a Galacia para enseñar que la salvación, la justificación y el pertenecer al pueblo de Dios es algo que viene, además del evangelio, por guardar una serie de ritos y normas judías.
Hasta ahora Pablo se presentó como un abogado competente y digno de hacer la defensa del Evangelio porque había sido un hombre llamado por Dios y luego de eso, en la segunda etapa del juicio, está llamando a varios testigos:
En primer lugar, presentó al Espíritu Santo como testigo de que los gálatas se habían convertido por el evangelio y no por las obras de la ley.
En segundo lugar, Pablo presenta el Antiguo Testamento y más específicamente a Abraham, para probar que este había sido aceptado por Dios y bendecido antes de la ley y antes de la circuncisión, incluso.
Hoy Pablo continúa desarrollando esa misma idea y continua con el Antiguo Testamento como testigo, esta vez para probar que la ley no puede justificar a nadie porque es necesario que sea observada completa y si alguien no lo hace será maldito delante de Dios.
La línea de pensamiento la mencionamos la semana pasada, pero vamos a recordarla:
- La justificación o el ser aceptados y bendecidos por Dios es algo que viene solamente por creer y no por las obras de la ley
- Quienes optan por el camino de la ley deben cumplirla toda o de lo contrario recibirán maldición y debido a que todos fallamos en cumplirla, entonces todos estamos bajo maldición.
- Pero Cristo vino a este mundo para redimirnos de esa maldición, de modo que todos los que creen en él son justificados, aceptados y bendecidos.
Hoy nos concentraremos en los dos aspectos restantes de este pensamiento y los veremos en los siguientes encabezados:
- El camino de la ley conduce a la maldición de la ley
- El camino de la fe en Cristo conduce a la bendición de Abraham