Versículo base: – “Entonces Moisés llamó a todos los ancianos de Israel y les dijo: ‘Vayan, escojan corderos para sus familias, y sacrifiquen la pascua.” (Éxodo 12:21)
Introducción: Una señal de protección
En el Museo del Louvre en París se exhibe la antigua Estela de Merneptah, un monumento egipcio del siglo XIII a.C. que contiene la primera mención conocida de Israel fuera de la Biblia. Esta piedra negra recuerda a visitantes de todo el mundo que el pueblo de Israel no es un mito, sino una realidad histórica cuyo origen está marcado por un evento extraordinario: la Pascua. Miles de años después, seguimos recordando aquel momento cuando un cordero sacrificado y su sangre sobre los dinteles de las puertas marcó la diferencia entre la vida y la muerte, entre la esclavitud y la libertad.
Entendiendo el pasaje: El cordero que salva
El contexto de Éxodo 12 es dramático. Después de nueve plagas devastadoras, Egipto seguía sin liberar al pueblo de Israel. Dios anuncia entonces la décima y final plaga: la muerte de los primogénitos. Sin embargo, para su pueblo ofrece una vía de salvación mediante un ritual preciso y cargado de significado.
La palabra hebrea para “pascua” (pesach) significa “pasar por alto” o “pasar de largo“. Es exactamente lo que haría Dios aquella noche: pasaría de largo por las casas marcadas con sangre, salvando a quienes estaban dentro. Cada familia debía seleccionar un cordero sin defecto, sacrificarlo al atardecer y aplicar su sangre en los postes y el dintel de sus puertas. Esta no era una tradición arbitraria ni una superstición egipcia adoptada. Era una instrucción divina con un propósito salvífico inmediato y un profundo significado profético.
Lo fascinante del texto es que la protección no proviene de ningún mérito personal, rango social o fortaleza individual. La única diferencia entre una casa que sufriría la muerte y otra que sería preservada era la presencia de la sangre del cordero. El pueblo de Israel no podía salvarse a sí mismo; necesitaba un sustituto inocente que muriera en su lugar.
Tres verdades bíblicas
1. La justicia divina requiere un sacrificio perfecto
La sangre del cordero sin defecto apuntaba hacia una realidad mayor: el pecado tiene consecuencias y exige retribución. No podemos simplemente ignorarlo o pretender que no existe. La santidad de Dios demanda justicia. Sin embargo, Dios mismo provee la solución. Como escribiría Pedro siglos después, “fueron rescatados… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto” (1 Pedro 1:18-19). El sentido de este pasaje no es que Dios sea sanguinario, sino que el pecado es tan serio que solo puede ser resuelto mediante un sacrificio perfecto.
2. La obediencia a Dios debe ser precisa y completa
Los israelitas debían seguir las instrucciones de Dios al pie de la letra. No bastaba con sacrificar el cordero; su sangre debía aplicarse exactamente como Dios había ordenado. Tampoco podían salir de sus casas hasta la mañana siguiente. El más mínimo desvío de estas instrucciones podría resultar fatal. Cuando enfrentamos decisiones importantes o momentos de crisis, debemos recordar que la obediencia parcial es, en realidad, desobediencia. No hay atajos en el camino de seguir a Dios.
3. La salvación siempre comienza con la fe que se manifiesta en acción
Imagina a un israelita que hubiera oído las instrucciones de Moisés pero hubiera decidido no aplicar la sangre, pensando: “Esto es absurdo, una superstición sin sentido”. Su primogénito habría muerto, independientemente de su origen étnico o su linaje. La fe de los israelitas se manifestó en una acción concreta: aplicar la sangre confiando en la palabra de Dios. Como señala Hebreos 11:28: “Por la fe [Moisés] celebró la Pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos”. En nuestra vida espiritual, la fe verdadera siempre se traduce en actos concretos de obediencia.
Reflexión y oración
El cordero de la Pascua es quizás el símbolo más poderoso del Antiguo Testamento que anticipa la obra redentora de Cristo. Al igual que aquellos israelitas en Egipto, nosotros nos enfrentamos a un juicio del que no podemos escapar por nuestros propios medios. La buena noticia es que Dios ha provisto un Cordero cuya sangre, aplicada a nuestras vidas por la fe, nos salva de la muerte eterna.
El sentido de este pasaje apunta directamente al corazón del evangelio: somos salvados no por nuestros méritos, sino por la sangre de Cristo. Aquella noche en Egipto, Dios no miró la nacionalidad, la moralidad o las buenas intenciones de quienes estaban dentro de las casas; miró si la sangre estaba en el dintel. Hoy, su mirada hacia nosotros está filtrada por la sangre de Jesús.
Oremos: “Padre celestial, me asombra pensar que mi salvación no depende de mis esfuerzos sino de la sangre de tu Hijo. Gracias porque en Jesús has provisto el Cordero perfecto que quita mi pecado. Perdóname por las veces que intento ganarme tu favor por mis propios méritos. Ayúdame a vivir en la libertad que viene de saber que estoy protegido por la sangre del Cordero. En el nombre de Jesús, Amén.”
Lecturas del plan para hoy:
Éxodo 12:21-51, Lucas 15, Job 30, 1 Corintios 16