Cuando pensamos en la palabra legalismo de inmediato viene a nuestra mente imagines de personas que probablemente conocemos, los cuales han llevado su vida a extremos; como trabajar incansablemente en ejercicios espirituales, sacrificios corporales u otra actividad desgastante, todo para esperar, al final del día, haber alcanzado el favor de Dios.
Sin embargo, creo que no deberíamos preocuparnos por buscar un legalista en nuestra lista de conocidos, deberíamos ejercitarnos más bien en examinar nuestro propio corazón e identificar si tenemos o no un corazón inclinado al legalismo.
El diccionario Hispano-Americano define la palabra legalismo así:
Concepto que afirma que la religión o la moralidad consisten en la obediencia estricta a un código legal establecido[1]
El término también se asocia teológicamente con la creencia de que la salvación es alcanzada por la observancia de asuntos morales externos de manera estricta, en contraposición a la gracia de Dios, la cual sostiene que la salvación es un regalo inmerecido del Señor (Ef 2:8-10).
Jesús lidió con este asunto como ningún otro en su época y los evangelios están llenos de relatos en los que los fariseos, por ejemplo, eran constantemente cuestionados por su manera de observar la ley de Dios. Y es precisamente en ese contexto, que el Señor Jesús ilustra, con una parábola, las marcas de un corazón vendido al ley, en contraste con un corazón que contempla la gracia y la misericordia; la conocida parábola del fariseo y el publicano (Lc 18: 9-14) —Por favor leer—.
Tales principios pueden ayudarnos a examinarnos a nosotros mismos, como en un espejo, para ver si hay algo de lo que debamos arrepentirnos.
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El legalista cree que su justicia proviene de él
La parábola inicia diciendo: A unos que confiaban en sí mismos como justos.
El principal problema de un corazón legalista es que cree que puede justificarse a sí mismo. La justicia a la que este texto se refiere, no es otra que la justicia con la que debemos presentarnos delante de Dios, de manera que las personas que viven de acuerdo a esta manera de pensar, piensan que si Dios los va a reconocer como justos y serán librados del castigo, es por lo que ellos hacen.
Dije que es el principal problema porque eso excluye el valor del sacrificio del Señor. La razón por la que Cristo murió, no solo fue para quitar el pecado, sino para poner en nuestra cuenta toda la vida perfecta que él vivió (2 Cor 5:21), así que cuando Dios mira hacia nosotros para ver nuestra condición de salvados, lo que ve es la justicia de su Hijo, no la nuestra; pero para un corazón legalista esta idea es inconcebible.
Si dejas de sentirse menos justo porque dejaste de hacer algo que antes hacías, entonces es porque eso que hacías provenía de un intento por justificarte a ti mismo. Obviamente, sentimos culpa cuando dejamos de hacer cosas para Dios, pero dicha culpa no es por la pérdida de la justicia que tenemos delante del Señor, sino por nuestra debilidad e incapacidad de agradecer a Dios de mejor manera, culpa por no dar mayor gloria a él o por haberle ofendido si se trata de algún pecado, pero no porque seamos menos justos delante de él.
El legalista menosprecia a quien no es como él
En la parábola el Señor continúa diciendo: Y menospreciaban a los otros.
Alguien legalista siempre está comparando sus estándares morales, usualmente externos, con los de otras personas. Generalmente, observan con mucho cuidado la manera en que otros se conducen para luego poner sus vidas al lado de ellos; si encuentran que la persona exhibe “más justicia” que ellos, entonces se esforzarán amargamente por hacer un mejor trabajo, pero si encuentran que con quien se comparan no sobrepasa su estándar, entonces lo menosprecian.
Los fariseos constantemente asediaban a Jesús y a sus discípulos acerca de cosas que ellos hacían y que los discípulos no: Lavarse las manos antes de comer, recoger espigas el día de reposo, ayunar, etc.
Algunos hermanos no tendrán la misma estatura y madurez que otros. Para otros, su proceso de crecimiento en el Señor es más lento, pero si eres alguien que siempre vive en función de lo que otros hacen o dejan de hacer para Dios, y si eso te hace sentir mejor, entonces hay legalismo en tu corazón.
El legalista siempre busca que sus obras sean observadas
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera…
El fariseo de la parábola del Señor buscaba un lugar visible en el templo para hacer evidente su oración, probablemente en voz más alta que los demás; su propósito era que los demás miraran la forma en que él tenía “comunión con Dios” aunque en realidad oraba consigo mismo.
El corazón legalista busca que los demás observen las cosas que hace para Dios, ser reconocido o alabado. En ningún momento había sido tan fácil ser legalista en este sentido, como lo es ahora. La gente puede exhibir al mundo a través de las redes sociales y el uso de la internet las cosas que hace, pero cada uno es responsable de evaluar su corazón y ver si lo hace para traer gloria al Señor en humildad o como un exhibicionismo dañino y orgulloso.
El legalista es riguroso y meticuloso
Es bueno y necesario crear hábitos y disciplinas espirituales. Eso es sano y útil para nuestra vida de devoción; pero cuando convertimos esas prácticas en reglas inquebrantables, al punto que al romper una de ellas, aunque sea por fuerza mayor, nos hace sentir inmerecedores del favor de Dios, entonces hay legalismo en el corazón.
El fariseo de la parábola oraba diciendo: ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Los fariseos habían agregado estrictos apéndices a la verdadera ley de Dios y habían elevado esas cosas añadidas por ellos al mismo nivel de las dadas por Dios. Así que, observar ayunos dos veces a la semana era una práctica inquebrantable, aun cuando la biblia no lo establecía. De la misma manera, el sistema de diezmos, el cual en sus propias leyes había sido impuesto a alimentos que Dios no había contemplado (Mt 23:23).
Una buena comunión con Dios debe estar dada por un buen tiempo en su presencia y devoción en tiempo de calidad, pero creer que si no oro cuatro horas, o que si la oración no comienza a las 3 de la mañana no voy a obtener el favor de Dios, eso está fuera de lo razonable y bíblico.
Puede que nadie reconozca eso abiertamente, quizás todos estén a viva voz en acuerdo conmigo, pero Dios es quien conoce los corazones y sabe hasta lo que pensamos y sentimos y a él no lo podemos engañar.
Un legalista convierte la biblia en un manual de leyes y códigos que deben ser cumplidos al pie de la letra si se pretende lograr algo de Dios. Eso suena piadoso; sin embargo, la biblia deja claro que la razón por la que obedecemos, no es para lograr el favor de Dios, sino en un acto de agradecimiento, porque por gracia ya hemos recibido su favor en la obra de Cristo (Ef 2:8-10).
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Nuestra verdadera justicia está en la humillación, y en reconocer que no merecemos el favor de Dios por causa de nuestro pecado; sin embargo, Dios nos lo ha dado por gracia. Esa era la actitud del otro hombre, de la parábola, del publicano. Él no oraba consigo mismo sino con Dios, no hacía alarde de sus obras, sino que reconocía su debilidad y pecado, él no buscaba ser visto de los hombres sino esconderse lo más posible de ellos a fin de ser encontrado por Dios.
[1] Deiros, P. A. (2006). Preacio a la Edicion Electronica. En Diccionario Hispano-Americano de la misión (Nueva edicion revisada.). Bellingham, WA: