Se conoce como teología bíblica a la rama de la teología que se encarga de ver las Escrituras como el desarrollo de una gran historia, un plan que inicia en Edén y que atraviesa cada uno de los libros de la Biblia hasta los Evangelios, se complementa con los escritos apostólicos y culmina en la promesa de plenitud de Apocalipsis. Es sin duda emocionante encontrar que nuestra fe es ordenada, consecuente y progresiva.
Es esta forma de estudiar y asimilar las Escrituras lo que nos permite aprovechar los diferentes episodios de la historia del pueblo de Dios como una contribución al plan soberano orquestado desde antes de la fundación del mundo. Es, si cabe la analogía, como ver una película por segunda vez, cuando ya conoces el final y te concentras en aquellos detalles que en principio parecían menores, pero que ahora puedes ver con toda claridad cómo contribuyen al desarrollo de la historia.
Este plan de Dios al que me refiero no es una idea escueta que va apareciendo de tiempo en tiempo mientras la Biblia avanza, sino que está anclado como estacas en el suelo en puntos específicos. Unas veces tiene forma de pacto, promesa, un reino, un templo, un llamado, una ley y así otros aspectos; sin embargo, son el refuerzo de la idea de que lo hecho por Dios al enviar a Su Hijo a morir por los pecadores no fue asunto de mera improvisación.
Pocos tendrían problema en ver las ciernes del plan de salvación de Dios en Génesis 3 y la promesa de que de la simiente de la mujer nacería el que aplastaría la cabeza de la serpiente; pero quiero que nos concentremos hoy en tratar de ver una maqueta de ese plan en el capítulo seis de Génesis, un pasaje menos popular, objeto de un sensacionalismo conspiranoico lamentable y que ha deteriorado su gran relevancia en la historia de la redención y esto gracias a las múltiples interpretaciones que se ha dado a algunos elementos llamativos. El propósito de este escrito es entonces dar una mirada a Génesis 6 y ver los aspectos que conectan con el evangelio, con la gran historia de redención.
El contexto de Génesis 6
El relato de Génesis 6 se encuentra enmarcado en el punto cumbre del primer ciclo de historia de la humanidad. Después que Adán y Eva caen en pecado y son expulsados del huerto, la tierra comenzó a ser poblada. Por un lado, Caín sería el padre de una generación que se asentaría al oriente del Edén y cuya particularidad era la rebeldía contra Dios y contra las leyes que habían heredado naturalmente y por mandato. Es de aquí que vemos surgir la poligamia (Gen 4:19) y el delirio de grandeza (Gen 4:24).
Por otro lado, con Abel muerto, parecía que la esperanza de que una línea piadosa que contrarrestara la maldad que había comenzado a multiplicarse se esfumaba; pero Dios haría nacer de Adán y Eva otro hijo, su nombre sería Set. Él fue un sustituto de Abel y fue medio de quien los hombres comenzaron de nuevo a invocar el nombre de Dios (Gen 4:25).
Así que tenemos aquí dos líneas genealógicas o dos simientes si se prefiere; una caracterizada por la maldad y la rebeldía contra Dios, muy propio de la serpiente del Edén, y otra, una simiente piadosa caracterizada por hacer volver a los hombres a Dios.
Ahora bien, Génesis 6 es el punto de encuentro de estas dos genealogías. La simiente de Set se había multiplicado y había entre ella hombres piadoso cono Enoc; pero, por otro lado, la simiente de Caín era también numerosa; así que el texto comienza haciendo evidente esta realidad y destacando que ambas simientes se mezclaron y el resultado fue hombres gigantes y varones de renombre, no discutiremos si en un sentido de estatura o grandeza y arrogancia, lo cierto es que esto no era propiamente algo positivo, puesto que el texto dice que el Señor vio que la maldad era mucha en la tierra y que todo designio de sus pensamientos era de continuo solamente el mal (Gen 6:5).
El pecado frente a la santidad de Dios
Este es el escenario; lo que en un principio eran dos líneas genealógicas, ahora son una masa de personas con una sola marca: la maldad en sus corazones y en sus pensamientos. Era una maldad que traía dolor al corazón de Dios, y es precisamente esa respuesta en juicio enérgica de Dios ante la maldad lo que revela su santidad y justicia.
Hay tres cosas interesantes que podemos ver aquí. La primera es que la maldad es potencialmente contagiosa, no es algo que pueda evitarse, es intrínseca al ser. Además, es evidente que el pecado no era algo que estaba presente solo en los hombres, también en el resto de la creación. La segunda es que Dios no tiene relación alguna con el pecado, Él no puede concebir el mal, ni siquiera tolerarlo porque se opone a Su naturaleza. La tercera es la sentencia o el juicio de Dios a causa del pecado y la maldad, y esto es importante entenderlo en relación los dos aspectos anteriores; la razón de ser del juicio y la ira de Dios es precisamente un resultado de su santidad y su incapacidad para tolerar el mal.
Estos tres elementos son esenciales en la historia de la redención. Una y otra vez vemos a Dios haciendo evidente su santidad al rechazar el pecado. Es cuestión de ver las leyes dada a Israel en el libro de Levítico para concluir que Dios demanda santidad porque Él es Santo y no tendrá por inocente al culpable.
La salvación por la gracia
Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová. Pocos pasajes en la Biblia son tan profundos y contundentes como este. En medio del caos por el pecado y de la resolución de destruir al mundo con un juicio inminente, la gracia resplandece como el sol. No tenemos el espacio para un análisis exegético que la palabra gracia, pero la intención del autor es mostrar que Noé, por la decisión unilateral de Dios, no iba a recibir el castigo determinado, sino que el Señor lo iba a pasar por alto y traería salvación para él y su familia.
Aquí surgen varias cuestiones, ¿era Noé el único justo y piadoso que vivía en la época? ¿Hizo algo Noé para que Dios lo alcanzara? No queremos partir desde una doctrina como la elección incondicional para luego interpretar el pasaje a la luz de ella, pero lo que sí podemos ver es que de acuerdo con el testimonio de toda la Escritura, es que dicha salvación del juicio no pudo haber sido por su mérito, lo cual invalidaría el hecho de que la gracia no es algo que obtengamos basado en nuestras obras (Efe 2:8).
Es posible que en dicho juicio murieran algunos que aún no estaban viviendo en pleno en impiedad, por lo que Noé pudo haber sido uno de los que también muriera en el día del juicio y eso no iba a comprometer la justicia de Dios; de hecho, más adelante vemos que la inclinación al mal estaban presente en Noé y su familia, él no pudo escapar de eso. Así que, Dios estaba salvando a Noé por Su gracia. Le estaba dando Su favor no merecido.
Pero la gracia de Dios en la vida de Noé iba a ser manifiesta por medio de la fe en una promesa salvadora. Dios había provisto un medio, la construcción de una gran arca de madera. Un medio inverosímil a los ojos del sentido común, pero que requería de una confianza inquebrantable en Dios, sostener la mano extendida del salvador. Fue ese el objeto de la fe de Noé y fue ese mismo el medio de su salvación. Es justo a eso a lo que se refiere el autor de Hebreos:
Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe. (Heb 11:7)
Hay varias palabras claves en esta cita: “salvarse”, “por esa fe”, “heredero de justicia”, “que viene por la fe”. Incluso al ver este pasaje en su contexto cobra todavía más relevancia, puesto que el autor pretende animar a los hermanos a poner su fe en una esperanza futura, a que no retrocedan y permanezcan más bien firmes mirando a Cristo, el autor y consumador de la fe, sabiendo que otros antes que ellos, entre esos, Noé, confiaron en esa misma promesa aun cuando tenían menos elementos para comprobar que era ciertísima. Así es como este pasaje conecta la fe de Noé a una fe salvadora por medio de Jesucristo, una que se recibe por gracia y que salva de la condenación y el juicio.
Hemos visto en Génesis 6 una recreación a pequeña escala de la historia de redención y del evangelio mismo. Esa es exactamente la historia que es desarrollada en la Escritura. Es el santo y justo Dios salvando a los pecadores que merecen el castigo eterno, por medio de Jesucristo, el salvador, con el propósito de que ellos vivan para Su gloria. Este evangelio de gracia que hemos recibido ha sido el único medio que Dios ha usado y seguirá usando para salvar a los pecadores de Su propia ira.
Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Digital 7 minutos de Calvinismo. Descarga el ejemplar completo aquí