“La misma doctrina de la justificación, tal y como es predicada por un Arminiano, no es sino la doctrina de la salvación por obras…” — C. H. Spurgeon
Alabado por muchos evangélicos como un gran predicador, Charles H. Spurgeon es considerado como un ejemplo exitoso y “seguro” de un ministerio “no-teológico”. Sus obras son recomendadas como medio para dirigir a pastores aspirantes a desarrollar sus propios ministerios exitosos. Sus Conferencias a Mis Estudiantes son usadas a menudo para este propósito, enfatizando los aspectos “prácticos” del evangelismo. Pero aunque la forma de la predicación exitosa de Spurgeon es a menudo estudiada por estudiantes al pastorado, el contenido de la predicación y enseñanza de este gigante Cristiano es a menudo ignorado. Más bien se piensa popularmente que Spurgeon haya aprobado de buena gana la misma teología que actualmente está dominando la cultura Americana: el Arminianismo.
Por ejemplo, muchos líderes Cristianos gustan señalar a Spurgeon como uno quien no tuvo entrenamiento formal universitario. Ignoran el hecho que tuvo una biblioteca personal conteniendo más de 10,000 libros.[1] Se argumenta más bien que el éxito de su ministerio desde mediados hasta fines del siglo 19 fue debido a su piedad anti-intelectual, “su rendición al Espíritu”, y su Arminianismo. El hecho es que Spurgeon no era anti-intelectual, ni tampoco albergaba ilusiones de ser tan santo que podía permitirle a Dios operar solo si estaba “rendido.” Más importante aún, él no era un Arminiano. Él era un firme Calvinista quien se opuso a la perspectiva religiosa dominante de su tiempo (y del nuestro), el Arminianismo.[2] Aún hacia el fin de su vida pudo escribir, “De esta doctrina no me he separado hasta este día.”[3] Estaba agradecido que nunca vaciló de su Calvinismo.[4] “No hay alma viviente que se tome más firmemente de la doctrina de la gracia que yo…”[5] Leyendo las creencias de Spurgeon uno se dará cuenta que su ministerio tremendamente fructífero fue edificado sobre la predicación del evangelio bíblico.
En su obra, “Una Defensa del Calvinismo,” declara inequívocamente:
No hay tal cosa de predicar a Cristo y a este crucificado, a menos que prediquemos lo que en estos días es llamado Calvinismo. Es un apodo llamarlo Calvinismo; el Calvinismo es el evangelio y nada más. No creo que podamos predicar el evangelio, si no predicamos la justificación por la fe, sin obras; a menos que prediquemos la soberanía de Dios en Su dispensación de la gracia; a menos que exaltemos el amor de Jehová que elige, incambiable, eterno, inmutable y conquistador; ni tampoco pienso que podamos predicar el evangelio, a menos que lo basemos en la redención especial y particular de Sus elegidos y escogidos que Cristo realizó en la cruz; ni puedo comprender un evangelio que deja que los santos caigan después que han sido llamado, y sufran los hijos de Dios el ser quemados en las llamas de la condenación.[6]
Aquí Spurgeon afirma su acuerdo con lo que son usualmente llamados “Los Cinco Puntos del Calvinismo.” El propio resumen de Spurgeon era mucho más corto. Un Calvinista cree que la salvación es del Señor.[7] Las selecciones de sus sermones y escritos sobre estos temas aclaran su posición.
Con respecto a la Depravación Total y la Gracia Irresistible:
Cuando dices, “¿Puede Dios hacer que me convierta en un Cristiano?” Te digo sí, pues en esto descansa el poder del evangelio. No pide tu consentimiento; sino que lo obtiene. No dice, “¿Quieres tenerlo?” sino que te hace dispuesto en el día del poder de Dios… El evangelio no quiere tu consentimiento, lo obtiene. Pone fuera de combate la enemistad de tu corazón. Tú dices, no quiero ser salvo; Cristo dice que lo serás. Él hace que nuestras voluntades cambien de parece, y entonces clamas, “¡Señor, sálvame o perezco!”[8]
Con respecto a la Elección Incondicional:
No dudo en decir, que próxima a la doctrina de la crucifixión y resurrección de nuestro bendito Señor – ninguna doctrina tuvo tal prominencia en la primitiva Iglesia Cristiana como la doctrina de la elección de la gracia.[9]
Y cuando fue confrontado con la disconformidad que esta doctrina podría provocar, respondió con poca simpatía: “’No me gusta [la elección divina],’ dijo uno. Bueno, pensé que no te gustaría; ¿quién soñó que te gustaría?”[10]
Con respecto a la Expiación Particular:
Si era la intención de Cristo el salvar a todos los hombres, cuán deplorablemente ha sido él decepcionado, pues tenemos Su propio testimonio de que existe un lago que arde con fuego y azufre, y en ese abismo de aflicción han sido echadas algunas de las mismas personas quienes, de acuerdo a la teoría de la redención universal, fueron compradas con Su sangre.[11]
Él ha castigado a Cristo, ¿por qué debiera castigarle dos veces por una ofensa? Cristo ha muerto por todos los pecados de Su pueblo, y si estás en el pacto, eres uno de los del pueblo de Cristo. No puedes ser condenado. No puedes sufrir por tus pecados. Hasta que Dios pueda ser injusto, y demande dos pagos por una deuda, Él no puede destruir el alma por quien Jesús murió.[12]
Con respecto a la Perseverancia de los Santos:
No sé como algunas personas, quienes creen que un Cristiano puede caer de la gracia, se las arreglan para ser felices. Debe ser algo muy encomiable en ellos ser capaces de vivir todo un día sin desesperación. Si no creyera en la doctrina de la perseverancia final de los santos pienso que sería el más miserable de todos los hombres, porque me faltaría el fundamento para el reposo.[13]
Las selecciones arriba citadas indican que C. H. Spurgeon era sin lugar a dudas un afirmado y auto-confesante Calvinista quien hizo que el éxito de su ministerio dependiera de la verdad, no dispuesto a considerar los “Cinco Puntos del Calvinismo” como categorías separadas y estériles para ser memorizados y creídos en aislamiento el uno del otro o de la Escritura. A menudo combinaba las verdades representadas por los Cinco Puntos, porque son en realidad partes de apoyo mutuo de un todo, y no cinco pequeñas secciones de la fe añadidas a la colección personal de creencias Cristianas. Spurgeon nunca las presentó como rarezas para ser creídas como la suma del Cristianismo. Más bien predicó un evangelio positivo, siempre teniendo en cuenta que estas creencias eran solamente parte de todo el consejo de Dios y no la suma total. Estos puntos eran sumarios útiles, defensivos, pero ellos no tomaban el lugar del vasto teatro de la redención dentro del cual el plan completo y eternal de Dios fue realizado en el Antiguo y Nuevo Testamentos.
Seguro de que la Cruz era una ofensa y una piedra de tropiezo, Spurgeon estaba poco dispuesto a hacer más aceptable el evangelio para el perdido. “La antigua verdad que Calvino predicó, que Agustín predicó, es la verdad que yo debo predicar hoy, o sino ser falso a mi conciencia y a Dios. No puedo determinar la verdad; no sé de tal cosa como emparejar los bordes cortantes de una doctrina.”[14] En otro lado desafió “No puedo encontrar en la Escritura alguna otra doctrina que esta. Es la esencia de la Biblia… Dígame cualquier cosa contraria a esta verdad y será herejía…”[15] Spurgeon creía que el precio del ridículo y el rechazo no era tan alto como para rehusarse a predicar este evangelio: “Somos reconocidos como la escoria de la creación; apenas algún ministro nos considera o habla de manera favorable de nosotros, porque sostenemos fuertes rivalidades acerca de la divina soberanía de Dios, de sus elecciones divinas y de su amor especial hacia Su propio pueblo.”[16]
Entonces, como ahora, la objeción dominante a tal predicación era que llevaría a un vivir licencioso. Puesto que Cristo “lo hizo todo,” no había necesidad para ellos de obedecer los mandamientos de la Escritura. Aparte del hecho de que no debemos dejar que la gente pecaminosa decida qué clase de evangelio vamos a predicar, Spurgeon tenía sus propias refutaciones a esta confusión:
A menudo se dice que las doctrinas que creemos tienen una tendencia a llevarnos hacia el pecado… Le pregunto al hombre que se atreve a decir que el Calvinismo es una religión licenciosa, ¿qué piensa él del carácter de Agustín, o de Calvino, o de Whitefield, quienes en las edades sucesivas fueron los grandes exponentes de los sistemas de la gracia; o qué dirá de los Puritanos, cuyas obras están llenas de ellos? Si un hombre hubiese sido un Arminiano en aquellos días, hubiese sido considerado como el más vil de los herejes, pero ahora nosotros somos vistos como los herejes, y ellos como ortodoxos. Nos hemos ido hacia atrás, hacia la antigua escuela; podemos trazar nuestro linaje desde los apóstoles… Podemos trazar una línea dorada hasta el mismo Jesucristo; a través de una santa sucesión de poderosos padres, quienes todos sostuvieron estas verdades gloriosas; y podemos preguntar con respecto a ellos, “¿Dónde encontrarás hombres más santos y mejores en el mundo?”[17]
Su actitud hacia aquellos que distorsionarían el evangelio con sus propias ideas de “santidad” es clara a partir de lo siguiente:
Ninguna doctrina está tan calculada para preservar a un hombre del pecado como la doctrina de la gracia de Dios. Aquellos que la han llamado ‘una doctrina licenciosa’ no sabía absolutamente nada de ella. Pobres ignorantes, poco sabían que su propio producto vil fue la más licenciosa doctrina bajo el Cielo.[18]
De acuerdo a Spurgeon (y también de la Escritura), la respuesta de gratitud es el motivo para el vivir santo, no el status incierto del creyente bajo la influencia del Arminianismo y su acompañante legalismo. “La tendencia del Arminianismo es hacia el legalismo; no es sino legalismo lo que yace en la raíz del Arminianismo.”[19] Fue muy claro sobre la peligrosa relación del Arminianismo con el legalismo: “¿No ve de una vez que esto es legalismo – que esto es hacer depender nuestra salvación de nuestra obra – que esto es hacer depender nuestra vida eterna de algo que nosotros hacemos? Más aún, la misma doctrina de la justificación, tal y como es predicada por un Arminiano, no es sino la doctrina de la salvación por obras…”[20]
Un status delante de Dios basado en cómo “usamos” a Cristo y al Espíritu para simular justicia era un legalismo odiado por Spurgeon. Como en nuestro día Spurgeon miraba que una de las fortalezas del Arminianismo incluía las iglesias independientes.[21] El Arminianismo era una religión natural, que rechaza a Dios, que se auto-exalta y además una herejía.[22] Como Spurgeon creía nacemos Arminianos por naturaleza.[23] Miraba esta aversión natural a Dios como estimulada por creer imaginaciones auto-centradas y que se auto-exaltan. “Si crees que todo gira alrededor de la libre voluntad del hombre, naturalmente tendrás al hombre como su figura principal en tu panorama.”[24] Y una vez más afirma que el remedio para esta confusión es la verdadera doctrina. “Creo que mucho del Arminianismo en boga es simplemente ignorancia de la doctrina del evangelio.”[25] Además, “No sirvo del todo al dios de los Arminianos; no tengo nada que ver con él, y no me inclino ante el Baal que ellos han erigido; él no es mi Dios, ni jamás lo será; no le temo, no tiemblo en su presencia… El Dios que dice hoy y que niega lo dicho mañana, que justifica hoy y que condena al siguiente día… no tiene ninguna relación con mi Dios en el más mínimo grado. Él puede tener relación con Ashtaroth o con Baal, pero Jehová nunca fue o puede ser su nombre.”[26] Rehusándose a comprometer el evangelio en alguna manera refutó y rechazó vigorosamente los intentos comunes de unir el Calvinismo y el Arminianismo en una creencia sintetizada. Tampoco restaría importancia a las diferencias entre los dos sistemas:
Esto te puede parecer a ti de poca consecuencia, pero realmente es un asunto de vida o muerte. Le suplicaría a cada Cristiano – querido hermano, piénsalo detenidamente. Cuando algunos de nosotros predicamos el Calvinismo, y algunos otros el Arminianismo, no podemos ambos estar en lo cierto; no es útil tratar de pensar que podemos ambos estar en lo cierto – ‘Sí’ y ‘No’ no pueden ambos ser verdad. La verdad no vacila como el péndulo que se mueve hacia delante y hacia atrás… Uno debe estar en lo correcto; el otro debe estar equivocado.[27]
Obras Recomendadas:
Murray, Iain. Spurgeon el Olvidado, 2ª ed. Carlisle, PA: Banner of Truth Trust, 1986; re-impresión.
Spurgeon, Charles H. “Una Defensa del Calvinismo” en Autobiografía de C. H. Spurgeon. Editada por S. Spurgeon y J. Harrald. Rev. ed. Vol I, Los Primeros Años 1834 – 1859. Carlisle, PA: Banner of Truth Trust, 1976; re-impresión.
Spurgeon, Charles H. New Park Street Pulpit. Una colección de sus sermones.
Spurgeon, Charles H. Metropolitan Tabernacle Pulpit. Una colección de sus sermones.
Este artículo ha sido publicado por Alana Maben originalmente en Contra Mundum, puedes encontrarlo aquí
Alan Maben es graduado de la Universidad del Estado de California, y de la Escuela de Leyes Long Beach y Simon Greenleaf.
[1] Walter A. Elwell, ed. Evangelical Dictionary of Theology (Grand Rapids, Michigan: Baker Book House, 1984), s.v. “Spurgeon, Charles Haddon”, by J. E. Johnson.
[2] De un sermón citado en Ian Murray, El Spurgeon Olvidado, 2ª ed., (Carlisle, PA: Banner of Truth, 1986), 52.
[3] “Una Defensa del Calvinismo,” por C. H. Spurgeon, en Autobiografía de C. H. Spurgeon, eds. S. Spurgeon y J. Harrold, Rev ed., vol I, Los Primeros Años 1834 – 1859 (Carlisle, PA: Banner of Truth, 1976: reimpresión), 165.
[4] J. E. Johnson, 1051
[5] Spurgeon, “Una Defensa del Calvinismo,” 173.
[6] Ibid. 168.
[7] Ibid., 168.
[8] Como se cita en Murray, 93.
[9] De un sermón citado en Murray, Ibid., 44.
[10] Ibid., 60.
[11] Spurgeon, 172.
[12] De un sermón citado en Murray, 245.
[13] Spurgeon, 169.
[14] Ibid., 162.
[15] Ibid., 168.
[16] Murray, 168.
[17] Spurgeon, 174.
[18] Ibid.
[19] Murray, 79.
[20] Ibid., 81.
[21] Murray, 53.
[22] Spurgeon, 168.
[23] Ibid., 164.
[24] Murray, 111.
[25] Ibid., 68.
[26] Sermones de Spurgeon, vol. 6 (Baker, 1989), p. 241.
[27] Murray, op. cit., 57.