Hace unos días vi un video muy difundido de un programa de televisión en el que un pastor defendía la existencia de Dios utilizando un conocido argumento y que me gustaría analizar brevemente en este artículo.
Estoy hablando de la famosa Apuesta de Pascal. Una disyuntiva propuesta por el matemático y también filósofo Blaise Pascal (1623 – 1662) quien hizo grandes descubrimientos en distintas áreas y que, al mismo tiempo, especialmente durante los años de su vida, se dedicó a la teología agustiniana y a argumentar contras las determinaciones del concilio de Trento.
Después de 1670 se compilaron muchos de sus escritos, en los cuales trabajó en Port-Royal, un monasterio al norte de Francia. La compilación se llamó pensamientos (Pensés por su nombre en francés) y en ella encontramos la famosa Apuesta de Pascal, la cual puede resumirse en sus propias palabras como sigue:
“Dos cosas se pueden perder: la verdad y el bien, y dos cosas se pueden comprometer: vuestra razón y vuestra voluntad, vuestro conocimiento y vuestra beatitud; y de dos cosas debe huir vuestra naturaleza: del error y de la miseria. Vuestra razón no se resiente si elige lo uno o lo otro, puesto que necesariamente hay que elegir.”
“Estimemos estos dos casos: si ganáis, ganáis todo; si perdéis, no perdéis nada. Apostad, pues, a que Dios existe, sin vacilar.”
Dicho de otra manera: estamos obligados a dos opciones en esta vida; escoger que Dios existe o escoger que no existe; si al final de todo resulta que Dios no existe, no hemos perdido nada; pero si resulta que Dios existe, entonces los que apostaron que no, lo perderán todo.
Algunos agregan que, si resulta que al final Dios no existe, por lo menos habrá valido la pena vivir una vida moral alrededor de nuestra fe.
Este argumento puede sonar muy convincente, pero creo que presenta más problemas que soluciones y en eso nos concentraremos de aquí en adelante:
Un problema de lógica
Este argumento no resuelve el problema de manera definitiva e incluso en su ideal tampoco es una prueba de la existencia o no de Dios. Es decir, no tenemos cómo probar quien tiene y no tiene la razón porque no nos es posible consultar a los sujetos involucrados después de muertos, así la discusión sobre la existencia de Dios pasa a ser un asunto estrictamente subjetivo que ni siquiera puede evaluarse.
La apuesta de Pascal no permite evaluar de manera objetiva y presente la existencia de Dios y reduce la discusión a un aspecto futurista imposible de determinar.
Un problema teológico
Aceptar está disyuntiva es reconocer que no tenemos ninguna razón para creer que lo que hoy aceptamos como verdad sea absolutamente verdad. Todos los atributos de Dios resultan estar comprometidos al no tener certeza de ellos.
Lo que se dice entre líneas es, por ejemplo: Dios es omnipresente, pero es probable que no lo sea. Según este razonamiento entonces Dios no puede ser Dios.
Al respecto de la soberanía de Dios, el simple hecho de dejarlo como una posibilidad elimina el atributo y por tanto desprovee a Dios de su Divinidad, haciendo que la prueba resulte ser una refutación a la existencia de Dios.
Por otro lado, la apuesta de Pascal no necesariamente prueba la existencia del Dios de la biblia; es decir, cualquiera pudiera aferrarse, bajo ese mismo razonamiento, a cualquier otro dios.
El problema del moralismo
Este argumento ve a Dios como una idea que impulsa la moralidad y dicha moralidad es inherente a la existencia probada o no de Dios, convirtiéndola en la cumbre del razonamiento.
Este pensamiento reduce la deidad y eleva la moralidad como un fin superior. La apuesta sugiere que, si al final resulta que Dios no existe, por lo menos habrá valido la pena llevar una vida moral basada en su sola idea. El problema con eso es que si Dios no existe tampoco tenemos una base para definir lo que es moralmente bueno o malo y el razonamiento se convierte en un argumento circular y una falacia en última instancia.
Los mas dignos de lástima
El apóstol Pablo lidió con este tema. Los de Corinto dudaban de si la resurrección se efectuaría en un futuro para los que murieran en Cristo. Pablo les deja claro que nuestra fe descansa precisamente en ese hecho, de modo que si la vida eterna es quitada del panorama, también nuestra esperanza y nuestra fe.
Si todo lo que tenemos que hacer en esta vida es vivir en función de algo que no existe, entonces los cristianos somos los más dignos de lástima, porque creemos y permanecemos esperando algo que nunca sucederá.
Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. (1 Cor 15:19)
Nuestra esperanza no descansa en algo probable sino en una verdad basada en la revelación de Dios en su palabra.
Debemos asegurarnos que nuestros intentos por probar la existencia de Dios no ignoran su naturaleza. Nosotros partimos de la idea de que todas las cosas han sido creadas por él y por su Palabra y tenemos evidencia para afirmar que nuestra fe no es una fe ciega, sino razonable. Bastaría con mirar la creación (Rom 1:20) y el hecho histórico mismo de la resurrección del salvador (1 Cor 15).