Este artículo fue escrito originalmente por Jacobis Aldana para predicacionexpositiva.org
Uno de los regalos más preciosos para la iglesia de este tiempo es sin duda la predicación expositiva. Ella es entendida como la predicación donde el mensaje central de lo que se expone corresponde estrictamente con el mensaje que el autor original quiso transmitir. En un sentido más específico, es la predicación que presenta lo que el texto significó para la audiencia original trayéndolo luego a la audiencia contemporánea a través de una teología consistente con todo el mensaje de la biblia.
Por su definición podríamos pensar que se trata de un método académico complejo, pero no es más que decir lo que la Biblia dice. Este tipo de predicación requiere trabajo. Por supuesto, no quiero decir que otros tipos de predicación como la temática, por ejemplo, no lo requiera; lo que intento sugerir es que el expositor debe aferrarse al texto con responsabilidad y asegurarse de decir exactamente lo que dice. El mismo Pablo se refirió a la predicación como un trabajo arduo, hasta el punto que sugiere que los ancianos que se dedican al “trabajo” de la predicación y la enseñanza deben ser tenidos en doble honor. (1 Tim. 5:17).
Pero a pesar de ser una labor ardua y extenuante, no debemos pensar que se trata de algo dependiente sólo de la habilidad del predicador y que la obra del Espíritu Santo es poca o nula en ella, pero como pretenderé mostrar a continuación, la predicación expositiva es una labor en la que el Espíritu Santo está presente, desde el momento de su concepción y aun hasta después que el sermón ha sido entregado.
El Espíritu Santo en la concepción del sermón
La predicación expositiva comienza con el estudio diligente y responsable de la Palabra de Dios. El texto debe ser leído una y otra vez, en ocasiones será necesario leer el capítulo entero y hasta el libro que contiene dicho texto. El expositor no debe esperar encontrar alguna revelación nueva allí, todo ya ha sido revelado en la Biblia tal como la tenemos; pero él si depende del Espíritu para ser iluminado acerca de eso que ha sido revelado.
La iluminación es la obra del Espíritu a través de la cual podemos ver en la Escritura lo que una persona carnal no puede ver (1 Cor 2:14). Pablo se refirió a esto así: Mi oración es que los ojos de vuestro corazón sean iluminados, para que sepáis cuál es la esperanza de su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos (Ef 1:18 EA).
Una persona puede estudiar académicamente las implicaciones de cierto pasaje de las Escrituras, pero sólo por medio del Espíritu podrá interpretar con fidelidad, temor y temblor. El estudio de la biblia para predicación es infructuoso si no se hace en total dependencia del Espíritu.
La iluminación no debe ser confundida con el misticismo que exhiben muchos predicadores, que sin leer y estudiar diligentemente, esperan recibir “del cielo” todo lo que tienen que decir. Esa es una actitud irresponsable y más una necedad que una obra del Espíritu.
El Espíritu en la exposición del Sermón
Una vez que el sermón ha sido concebido está listo para ser expuesto. Pero allí la obra del Espíritu no solo es indispensable, sino que sin ella la exposición no será más que un mero ejercicio académico muerto, sin vida.
En el púlpito el predicador sigue dependiendo del Espíritu a fin de exponer con valentía y denuedo, pero también con claridad a fin de que sea Cristo exaltado y no sus propias habilidades.
La obra del Espíritu es glorificar a Cristo y eso sucede también en la predicación. “Él Me glorificará, porque tomará de lo Mío y se lo hará saber a ustedes…” (Jn 16:14). Nosotros vemos un ejemplo de eso en la predicación de Pedro en Hechos 2. ¿Cómo podía un hombre como Pedro, con todas sus debilidades y vacíos, exponer de manera tan fiel y valiente la Palabra de Dios? La respuesta es que el Espíritu le había investido con poder, capacitándolo como no lo habría logrado de ninguna otra manera.
La predicación durante y después de la exposición
Pero el trabajo del Espíritu no solo está presente en el predicador, sino incluso entre los que escuchan. Es Él quien se encarga de aplicar ese mensaje que ha sido concebido y expuesto con fidelidad, en el corazón de los que escuchan.
La conversión y el mover a las personas al arrepentimiento genuino no dependen del hombre sino del Espíritu. Muchos predicadores modernos son expertos en manipular emocionalmente a los oyentes a fin de traerlos al frente de un altar, pero el Espíritu Santo es el que verdaderamente convence de pecado, justicia y juicio.
Eso es lo que explica que 3000 personas hayan sido movidas al arrepentimiento y a identificarse inmediatamente con el cristianismo en respuesta a la predicación de Pedro. No fueron las habilidades verbales del Apóstol ni alguna música que sonara en el fondo y tampoco una exhibición desbordada de dones y señales milagrosas. No. Fue la contundente obra del Espíritu volviendo pedazos los corazones de piedra y convirtiéndolos en corazón de carne. El Espíritu toma el mensaje de la Biblia que está siendo expuesto y hace que Cristo sea presentado como glorioso.
Como vemos, la predicación expositiva no es un ejercicio académico muerto sino un trabajo, que en dependencia del Espíritu Santo, presenta a Cristo y tiene como fin mover al pecador al arrepentimiento y a los creyentes a la santificación.
Quiera el Señor levantar verdaderos predicadores, que entiendan que no son sus habilidades o virtudes las que hacen la diferencia, sino la actividad continua y poderosa de la tercera Persona de la Trinidad Divina.