Si visitas tres iglesias diferentes en tu ciudad, probablemente encontrarás tres definiciones distintas de lo que significa ser una “iglesia bíblica”. Una te dirá que es bíblica porque usa versiones modernas de la Biblia y música contemporánea. Otra afirmará su carácter bíblico por mantener tradiciones centenarias. Una tercera insistirá en que lo bíblico está en los dones espirituales manifiestos en cada reunión.
¿Quién define qué es bíblico?
El panorama del cristianismo contemporáneo está saturado de modelos de iglesia. Tenemos iglesias “seeker-sensitive” diseñadas para no ofender al visitante, iglesias emergentes que priorizan la experiencia sobre la doctrina, megaiglesias que operan como corporaciones, e iglesias tradicionales que confunden antigüedad con fidelidad. Cada una reclama para sí el título de “bíblica”, pero muchas veces estas afirmaciones se basan en preferencias culturales, estrategias de crecimiento o tradiciones humanas.
El problema no es que estas iglesias mencionen la Biblia o que prediquen de ella ocasionalmente. El problema es más grave: buscan las marcas de una iglesia en sistemas humanos en lugar de en las Escrituras mismas. Construyen su eclesiología a partir de lo que funciona, lo que atrae, lo que se siente bien, o lo que siempre se ha hecho.
Pero hay un camino mejor. Una iglesia bíblica no es aquella que simplemente menciona la Biblia o que tiene una copia en cada banca. Una iglesia bíblica es aquella que exhibe las marcas establecidas en la primera iglesia constituida por Dios mismo. Y para encontrar esas marcas, no necesitamos consultar los últimos estudios de crecimiento de iglesias o los modelos más exitosos de nuestra época. Necesitamos volver a El Libro y más específicamente al libro de los Hechos.
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El libro de Hechos nos presenta lo que podríamos llamar una proto-iglesia: los patrones y elementos que se desarrollarían más adelante como las instrucciones precisas de las formas en que la iglesia está estructurada, debe ser dirigida y lo que debe caracterizar su dinámica. Hechos además de relatar el inicio de la iglesia y su desarrollo, es también es el diseño arquitectónico de Dios para su pueblo redimido.
Lo que encontrarás este artículo
El concepto de “bíblico” no es una moda
Antes de identificar las marcas de una iglesia bíblica, debemos entender qué significa que algo sea verdaderamente “bíblico”. Esta palabra se ha usado tanto y tan ligeramente que ha perdido su filo. Se ha convertido en una etiqueta de marketing, una forma de dar legitimidad a cualquier práctica que queramos justificar.
Cuando decimos que una iglesia es bíblica, estamos afirmando algo específico y demandante: que esa iglesia se conforma a las Escrituras en su naturaleza, propósito, estructura y práctica. Ser bíblico es un compromiso irrestricto con el patrón escritural, no una preferencia estilística o una moda pasajera.
Este compromiso tiene implicaciones prácticas. Significa que la autoridad final en la vida de la iglesia no es la cultura circundante, ni las preferencias de los miembros, ni las estrategias que han probado ser “exitosas” en otros lugares. La autoridad final es la Palabra de Dios. Cuando la Escritura habla, la discusión termina. Cuando la Escritura establece un patrón, lo seguimos. Cuando la Escritura guarda silencio, procedemos con cautela y libertad, pero nunca imponiendo como obligatorio lo que Dios ha dejado libre.
Aquí radica la diferencia crucial entre pragmatismo y fidelidad bíblica. El pragmatismo pregunta: “¿Funciona? ¿Atrae gente? ¿Produce resultados?” La fidelidad bíblica pregunta: “¿Es esto conforme a las Escrituras? ¿Refleja el carácter y los propósitos de Dios? ¿Se alinea con el patrón que él ha establecido?”
La contextualización tiene su lugar legítimo. Pablo se hizo todo para todos para ganar a algunos. Pero Pablo nunca comprometió el mensaje o la naturaleza de la iglesia para hacerlo. Hay una línea clara entre comunicar el evangelio de manera comprensible en cada cultura y adaptar la iglesia según los gustos del mercado.
¿Por qué importa tanto esta distinción? Porque no estamos hablando de un debate académico entre teólogos. Estamos hablando de fidelidad a Dios. La iglesia no es nuestra para diseñarla como nos plazca. Cristo la compró con su sangre. Él es la cabeza. Él establece las reglas. Nuestra tarea no es innovar, sino obedecer. No es crear, sino conformarnos.
Cuando una iglesia deriva su identidad de cualquier fuente que no sea la Escritura, deja de ser la iglesia de Cristo y se convierte en otra cosa. Puede ser una organización social respetable, un club de personas con intereses similares, o una corporación religiosa eficiente. Pero no es la iglesia que Cristo edificó y por la cual murió.
La iglesia debe estructurarse según el diseño divino, no según modelos de éxito humano. Debe medir su salud por su fidelidad a las Escrituras, no por el tamaño de sus congregaciones o la sofisticación de sus programas. Debe aspirar a conformarse cada día más al patrón bíblico, sabiendo que en esa conformidad encuentra su verdadera identidad y propósito.
Dónde buscar las marcas: La iglesia del Nuevo Testamento
Una vez establecido que debemos buscar el patrón en las Escrituras y no en sistemas humanos, surge la pregunta: ¿A qué parte de las Escrituras acudimos? ¿Dónde encontramos el diseño de Dios para su iglesia?
La respuesta, como ya dijimos, es el libro de los Hechos, particularmente los primeros capítulos que describen la iglesia en Jerusalén. Esta es la primera iglesia constituida después de la ascensión de Cristo, la primera comunidad del nuevo pacto reunida bajo la autoridad de los apóstoles que recibieron el mandato directo de Jesús: “Enseñen todas las cosas que yo les mandé.”
Pensemos en Hechos como el lugar donde los apóstoles estaban poniendo el fundamento de un edificio que apenas comenzaba a construirse. Sabían que si ese fundamento era débil, el edificio también lo sería. Por eso vemos en Hechos una preocupación constante por establecer correctamente la estructura, la enseñanza, y la práctica de esta nueva comunidad y este concepto es importante tenerlo claro. Permítanme elaborarlo.
Desde el inicio de los tiempos, el propósito de Dios ha sido comunicar su gloria a todo lo creado. La creación de Adán en el huerto tenía como propósito que fuera un reflejo de su imagen. El pecado arruinó esa imagen, pero Dios no abandonó su plan. Llamó a Abraham y formó una nación, Israel, cuyo propósito era comunicar a las demás naciones cómo era el pueblo de Dios gobernado por Dios. Israel falló en ese llamado.
Entonces vino el Mesías. Él es el perfecto Adán, quien inauguró un nuevo pueblo con la misma meta: reflejar la gloria de Dios a los confines de la tierra. A este pueblo lo llamamos la iglesia. Y la primera expresión visible y organizada de esta iglesia aparece en Hechos 2, cuando tres mil personas son bautizadas en un solo día tras el sermón de Pedro en Pentecostés.
Esta iglesia de Jerusalén se convierte en el punto de referencia. No porque fuera perfecta—de hecho, vemos sus luchas y conflictos en el mismo libro de Hechos—sino porque fue constituida directamente por aquellos que caminaron con Jesús y recibieron el mandato y el poder del Espíritu Santo para establecer la iglesia conforme a las instrucciones del Señor.
Lo que los apóstoles establecieron en Jerusalén no era una variante cultural del cristianismo, sino el fundamento doctrinal y práctico sobre el cual todas las iglesias posteriores debían construirse. Por eso Pablo puede decir más adelante que el fundamento ya está puesto, y que nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo.
Los apóstoles pusieron ese fundamento tanto en su predicación como en la forma en que estructuraron la iglesia. Lo que vemos desarrollarse en Jerusalén—la predicación, la comunión, el liderazgo, la disciplina—no son sugerencias opcionales. Son los elementos constitutivos de lo que significa ser iglesia.
Cuando leemos las cartas paulinas o las epístolas generales, no estamos viendo algo nuevo, sino el desarrollo y la aplicación de lo que ya estaba establecido en Hechos. Pablo no inventa nuevas categorías; explica, desarrolla y aplica lo que los apóstoles ya habían puesto en marcha. Cuando escribe a Timoteo sobre los requisitos de los ancianos, está codificando lo que ya se practicaba desde los primeros días en Jerusalén. Cuando instruye sobre la disciplina eclesiástica, está elaborando sobre principios que la iglesia primitiva ya entendía y aplicaba.
Por eso debemos volver una y otra vez a Hechos como un patrón normativo. Jerusalén es nuestro punto de partida porque fue el punto de partida de Dios para esta nueva era de su pueblo redimido.
Las cinco marcas de una iglesia bíblica
Habiendo establecido que el libro de Hechos es nuestro punto de referencia, podemos ahora identificar las marcas distintivas de una iglesia verdaderamente bíblica. Estas no son preferencias o sugerencias. Son los elementos esenciales que Dios mismo estableció en la primera iglesia y que deben caracterizar a toda iglesia que se llame a sí misma conforme a la Biblia.
1. Predicación bíblica
La primera marca de una iglesia bíblica es la predicación fiel de la Palabra de Dios. Y cuando hablamos de predicación bíblica, no nos referimos simplemente a sermones que citan versículos o que comienzan con un texto. Nos referimos a una predicación que expone la Biblia, explica la Biblia, exalta a Cristo, y llama a los hombres al arrepentimiento.
El primer sermón de la iglesia del Nuevo Testamento lo predicó Pedro el día de Pentecostés. Este sermón, registrado en Hechos 2, se convertiría en el patrón que los demás apóstoles desarrollarían en el transcurso de su ministerio. Aunque es un evento único e irrepetible, los elementos que vemos allí son fundamentales para entender lo que debe caracterizar la predicación en una iglesia sana.
Pedro comienza explicando lo que está sucediendo. Los judíos reunidos en Jerusalén están confundidos por el fenómeno de Pentecostés, y Pedro usa las Escrituras del Antiguo Testamento para darles comprensión. Cita al profeta Joel y muestra cómo lo que están presenciando es el cumplimiento de la profecía. Esto es exposición: tomar el texto bíblico y explicar su significado.
Pero Pedro no se detiene en la explicación académica. Él conduce todo hacia Cristo. Usa el Antiguo Testamento—los Salmos, las profecías—para mostrar que Jesús es el Mesías prometido, que su muerte no fue un accidente sino el plan de Dios, y que su resurrección es la confirmación de todo lo que las Escrituras declararon sobre él.
Esta es la esencia de la predicación bíblica: Cristo es el tema central de toda la Escritura. Cuando Jesús caminó con los discípulos en el camino a Emaús, les explicó todo lo que las Escrituras decían de él, comenzando por Moisés, pasando por los profetas y los escritos. Todos los caminos de la Biblia conducen al Calvario, a la gloria del Salvador. Pablo dijo que se propuso no saber nada entre los corintios sino a Cristo y a este crucificado. El autor de Hebreos declara que Dios nos ha hablado ahora por medio del Hijo.
La predicación en una iglesia conforme a la Biblia no solo enseña información bíblica y la aplica; conduce continuamente a Cristo. Cada sermón, sea del Antiguo o del Nuevo Testamento, debe mostrar cómo ese texto apunta a, prepara para, o fluye de la obra redentora de Cristo. Esto no es forzar a Cristo en textos donde no está; es reconocer que toda la revelación de Dios tiene como su centro y culminación a su Hijo.
Pero la predicación bíblica no termina en la exposición y exaltación de Cristo. Pedro concluye su sermón con un llamado directo y urgente. Cuando los oyentes preguntan “¿Qué haremos?”, Pedro responde: “Arrepiéntanse y bautícense.” La predicación involucra un llamado. A los creyentes, un llamado a permanecer en santidad. A los no creyentes, un llamado al arrepentimiento.
La Biblia dice de sí misma que es útil para corregir e instruir en justicia. La Biblia es un libro que demanda respuesta. La predicación que solo informa pero no transforma, que solo explica pero no aplica, que solo describe pero no confronta, no es predicación bíblica. Es una cátedra académica. La diferencia entre una charla y una predicación es precisamente el llamado a la acción que fluye del texto expuesto.
El sermón de Pedro produjo convicción de pecado. Los oyentes se compungieron de corazón. Reconocieron que el juicio se acercaba, que Jesús es el Cristo, y que necesitaban responder. Esto es lo que sucede cuando la Palabra de Dios es predicada fielmente con el poder del Espíritu. Produce respuesta. Transforma vidas. Edifica la iglesia.
La predicación en una iglesia conforme a la Biblia es una que expone la Biblia y explica la Biblia, es una que exalta la gloria de Cristo y que conduce al evangelio, y es una que provee esperanza y llama a los hombres al arrepentimiento. No es una predicación centrada en el hombre—sus necesidades, sus sentimientos, sus deseos. Es una predicación centrada en Dios—su carácter, su gloria, su voluntad.
Spurgeon lo dijo con claridad: “Un sermón sin Cristo es algo espantoso y horrible. Es un pozo vacío, una nube sin lluvia, un árbol dos veces muerto y desarraigado.” Cuando Cristo no está presente en la predicación, los hombres mueren y perecen, aunque el sermón sea entretenido, aunque la aplicación sea práctica, aunque la audiencia salga sintiéndose bien consigo misma.
Dios edifica a su iglesia por medio de la predicación de su Palabra. Las iglesias saludables tienen púlpitos sólidos donde la Palabra se expone fielmente, Cristo se exalta consistentemente, y los hombres son llamados al arrepentimiento urgentemente.
2. Membresía definida
La segunda marca de una iglesia bíblica es una comunidad claramente definida. La iglesia del libro de Hechos sabía quiénes eran sus miembros. No era un grupo amorfo de asistentes ocasionales. Era una familia identificable de creyentes comprometidos unos con otros.
Hechos 2:41 dice: “Los que recibieron su palabra fueron bautizados, y se añadieron aquel día como tres mil personas.” Observa la secuencia: recibieron la palabra (conversión genuina), fueron bautizados (profesión pública de fe), y fueron añadidos (incorporados a la comunidad visible de la iglesia).
El bautismo no era un acto privado o una ceremonia opcional. Era el sello visible de conversión genuina y el medio por el cual alguien era recibido como parte de la comunidad del nuevo pacto. Era la prueba espiritual de que alguien verdaderamente había nacido de nuevo y era un hijo de Dios, un miembro de la familia de fe.
Piensa en esto: Si alguien apareciera hoy en la puerta de tu casa diciendo que es un hermano perdido de tu familia y que quiere quedarse a dormir y disfrutar de la herencia que tu padre ha dado, lo mínimo que querrías hacer es asegurarte de que en realidad se trata de un hijo de tu padre. El arrepentimiento genuino, la conversión y el bautismo son esa prueba en el ámbito espiritual.
La membresía no es como pertenecer a algún club social. Tampoco es un formalismo frío de firmar un documento. Es el acto por medio del cual un creyente verdadero bautizado en agua es recibido como parte de aquellos a los que entregaremos nuestra vida para cuidarnos mutuamente y crecer juntos. Un miembro genuino de la familia.
Esta comunidad definida se expresaba en comunión genuina. Hechos 2:42 dice que “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” La comunión no era superficial. No era solo saludarse efusivamente los domingos. Era entregarse unos por otros, gozarse con los que se gozan y llorar con los que lloran.
La verdadera comunión implica compromiso mutuo. Los primeros cristianos compartían sus bienes con los necesitados. Se reunían no solo en el templo sino también en las casas. Comían juntos con alegría de corazón. Esta no es una prescripción de un modelo socioeconómico específico, pero sí es una demostración de cómo el poder transformador del evangelio se expresa en amor concreto y sacrificial entre los miembros de la iglesia.
Esta es una de las bendiciones de ser miembro de una iglesia local: nos permite aprovechar los dones que Dios ha dado a otros para poder seguir creciendo y siendo edificados, pero también nos permite poner nuestros dones en ejercicio para edificar a otros de acuerdo a lo que el Señor ha repartido a cada uno.
La iglesia del Nuevo Testamento se dedicaba a la enseñanza de los apóstoles. Perseveraban en ella. Eran enseñados en comunidad por medio de la predicación. Los apóstoles pusieron el fundamento de lo que la iglesia desarrollaría como cuerpo de doctrina. La iglesia era edificada con esta enseñanza y los miembros perseveraban en ella.
Los apóstoles murieron y no tenemos más apóstoles hoy puesto que no hay nadie que pueda poner un fundamento distinto. Pero en su lugar, Dios ha dejado a la iglesia pastores y maestros que capacitan al pueblo para que ellos hagan la obra del ministerio.
La membresía también significa que la iglesia tiene autoridad para certificar quiénes pertenecen verdaderamente al cuerpo de Cristo. Es la iglesia quien ata y desata, la que tiene la autoridad y las llaves para certificar a uno como parte del cuerpo por medio del bautismo y la membresía, o como fuera de él por medio de la disciplina y la excomunión.
Una iglesia bíblica sabe quiénes son sus miembros. Los conoce, los cuida, los discipula, y cuando es necesario, los disciplina. No es una audiencia anónima. Es una familia identificable.
3. Evangelización activa
La tercera marca distintiva de una iglesia bíblica es su compromiso activo con la evangelización. La iglesia no existe para sí misma. Existe para cumplir la misión que Cristo le encomendó: ser sus testigos hasta lo último de la tierra.
En Hechos 1:8, antes de ascender, Jesús dio a sus discípulos una instrucción clara: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” Este mandato define la naturaleza misionera de la iglesia.
Cristo estableció un nuevo pueblo con la misma meta que tuvo desde el principio: reflejar la gloria de Dios a los confines de la tierra. El propósito de Dios desde la creación de Adán ha sido comunicar su gloria a todo lo creado. Israel debía ser luz a las naciones pero falló. Cristo, el perfecto Adán, inauguró un nuevo pueblo—la iglesia—llamado a completar esta misión.
La misión de la iglesia no es algo que sucede solo el domingo por la mañana en el edificio. Un creyente está viviendo la misión de Dios desde el lunes por la mañana mientras toma el café hasta el sábado por la noche cuando prepara la ropa para el culto. No es algo limitado a un espacio físico; tiene que ver con toda nuestra manera de vivir, de ser, de andar.
La iglesia existe como la expresión de sus miembros en cada área en que se desenvuelven. Somos embajadores de Cristo y nuestra misión es hacer que su nombre sea conocido y honrado. La extensión de esta misión es cada rincón donde pueden ver nuestros ojos: nuestro trabajo, nuestros vecindarios, nuestros entornos sociales, la ciudad en la que vivimos.
No necesitas ser alguien con un ministerio especial o poder extraordinario. Necesitas vivir radicalmente para Cristo, honrar tu fe, vivir por ella, estar dispuesto a morir por ella. El Espíritu que mora en nosotros nos impulsa continuamente a vivir para y por la gloria de Cristo en cada aspecto de nuestras vidas.
Si sigues leyendo el libro de Hechos, verás cómo este mandato de expansión se fue cumpliendo. Primero se predicó en Jerusalén hasta la muerte de Esteban. Luego el evangelio llegó a Samaria con Felipe. Finalmente llegó a los gentiles con Pedro en la casa de Cornelio. En cada caso, el Espíritu Santo confirmaba que era Dios y su Reino quien estaba avanzando.
Una iglesia conforme a la Biblia es una iglesia que vive la misión de Dios. Entiende que existe como el cumplimiento de un plan: que sus miembros puedan reflejar a Cristo mientras al mismo tiempo reflejan la gloria de Dios. Amamos estar unidos como pueblo—no hay expresión más bella de la gloria de Dios—pero debemos dejar de lado la idea de que es la única manera en que estamos reflejando dicha gloria.
La evangelización no es un programa más de la iglesia. Es la razón de ser de la iglesia. Una iglesia que no evangeliza es una iglesia que ha perdido su identidad. Puede tener hermosos cultos, excelente música, y edificios impresionantes, pero si no está activamente llevando el evangelio a los perdidos, no está cumpliendo el propósito para el cual Cristo la estableció.
4. Disciplina restauradora
La cuarta marca de una iglesia bíblica—y quizás una de las más olvidadas en nuestros días—es la práctica de la disciplina eclesiástica. La iglesia primitiva entendía que tenía autoridad y responsabilidad para proteger la pureza del cuerpo de Cristo.
La disciplina eclesiástica ha sido mal entendida en muchas ocasiones como una medida autoritaria o una forma de avergonzar a los que pecan, pero la realidad es que se trata de una expresión de amor y fidelidad. La iglesia es llamada a guardar la verdad del evangelio y la santidad de aquellos que profesan pertenecer a Cristo. Cuando un miembro cae en pecado público y no se arrepiente, la iglesia tiene la responsabilidad—y la autoridad—de actuar.
Dios usa a la iglesia misma para el discernimiento espiritual. Es la iglesia quien ata y desata, la que tiene la autoridad y las llaves para certificar a uno como parte del cuerpo por medio del bautismo y la membresía, o como fuera de él por medio de la disciplina y la excomunión.
Este concepto es difícil para nuestra cultura contemporánea que valora la tolerancia por encima de la verdad y la aceptación por encima de la santidad. Pero la Escritura es clara: la iglesia debe proteger su testimonio y el bienestar espiritual de sus miembros. Esto incluye confrontar el pecado cuando es necesario.
La disciplina tiene varios propósitos. Primero, busca la restauración del hermano que ha caído. No es un castigo vengativo sino un acto de amor que busca traer a alguien de vuelta al camino de la obediencia. Segundo, protege al resto de la congregación. Pablo escribe que “un poco de levadura leuda toda la masa.” El pecado tolerado se extiende. Tercero, protege el testimonio público de la iglesia. Cuando la iglesia tolera el pecado público sin responder, el nombre de Cristo es deshonrado ante el mundo.
La disciplina eclesiástica bíblica no es autoritaria ni capriciosa. Sigue un proceso claro establecido en Mateo 18. Comienza con la confrontación privada. Si no hay arrepentimiento, se involucra a testigos. Si aún así no hay arrepentimiento, se lleva el asunto ante la iglesia. Y si persiste la impenitencia, la persona es tratada como alguien de afuera, no como parte del cuerpo.
El objetivo siempre es la restauración, no la destrucción. Pablo instruye a las iglesias a restaurar al hermano caído “con espíritu de mansedumbre.” La disciplina ejecutada correctamente es humilde, paciente, y llena de esperanza de que el hermano volverá.
Una iglesia que no practica la disciplina no está amando verdaderamente a sus miembros. Está permitiendo que el pecado los destruya sin intervenir. Es como un padre que ve a su hijo caminar hacia un precipicio y no hace nada por detenerlo porque no quiere “juzgarlo” o “imponerle sus valores.”
La disciplina también protege la santidad de la Cena del Señor. Pablo advierte a los corintios sobre tomar la Cena indignamente. La iglesia primitiva entendía que no cualquiera podía participar de la mesa del Señor. Era para aquellos que habían hecho profesión creíble de fe y vivían en obediencia a Cristo.
En nuestra época de individualismo rampante y alergia a la autoridad, la disciplina eclesiástica puede parecer anacrónica. Pero es precisamente en una época así que su necesidad es más urgente. La iglesia no puede mantener su carácter distintivo y su testimonio claro si no está dispuesta a confrontar el pecado en su medio.
5. Liderazgo plural y piadoso
La quinta marca de una iglesia bíblica es un liderazgo plural caracterizado por la piedad. Desde sus inicios, la iglesia del Nuevo Testamento fue dirigida por múltiples ancianos que cumplían requisitos específicos de carácter y competencia.
El liderazgo es necesario no solo porque sea el patrón establecido por Dios para reflejar su naturaleza, sino por un asunto práctico. Donde no hay liderazgo reina la anarquía. Esa es la tendencia del corazón caído del hombre. Dios ha diseñado que su pueblo sea guiado por hombres calificados que pastoreen el rebaño con diligencia.
En Hechos 6, vemos el primer desarrollo formal de liderazgo en la iglesia. Los doce apóstoles se dan cuenta de que no pueden atender todas las necesidades prácticas de la congregación sin descuidar su ministerio principal. Su respuesta es instructiva: no abandonan el ministerio de la Palabra para atender mesas. En cambio, instruyen a la congregación a elegir hombres calificados para servir en estas tareas operativas.
Los apóstoles sabían que su trabajo era poner el fundamento de un edificio que apenas comenzaba a construirse, y que si ese fundamento era débil, el edificio también lo sería. La prioridad de los ancianos es el cuidado de la grey y la predicación fiel de la Palabra de Dios.
Las características requeridas para estos primeros diáconos eran específicas: hombres de buen testimonio, llenos del Espíritu y sabios, capaces de hacer el trabajo. Una mezcla de carácter moral, madurez espiritual y competencia. Más adelante, estos requisitos se harían más específicos y detallados en las epístolas pastorales.
En 1 Timoteo 3 y Tito 1, Pablo provee una lista de quince requisitos para ancianos y una lista similar para diáconos. Estos requisitos no son exagerados—son lo que se demanda de un creyente maduro. La diferencia está en que estos hombres deben ser ejemplos en estas áreas y tener la capacidad de enseñar y guiar a otros.
Observa también que los doce no tomaron una decisión autoritaria. Pusieron el asunto en las manos de la congregación, no para que la autorizaran sino para que respaldaran su decisión. Los líderes de una iglesia no están por encima de la iglesia. Es la iglesia la que se encarga de afirmar a aquellos que quiere como pastores. Aunque los ancianos al final son los encargados de dirigir la iglesia, no lo hacen con autoritarismo o señorío sino con consideración.
El modelo de liderazgo del Nuevo Testamento es plural. Las iglesias eran dirigidas por ancianos (plural), no por un solo pastor que concentra todo el poder y la autoridad. Este modelo protege tanto a la congregación como a los líderes mismos. Protege a la congregación del abuso de poder y las decisiones unilaterales. Protege a los líderes de la carga imposible de intentar cuidar solos un rebaño entero.
Los ancianos/pastores deben ser hombres que reúnen las cualidades bíblicas. No se trata de carisma, éxito mundano, habilidades empresariales o popularidad. Se trata de carácter piadoso, capacidad para enseñar fielmente, y disposición para servir humildemente. Deben ser hombres que gobiernan bien sus propias casas, que tienen buen testimonio de los de afuera, que no son recién convertidos, que son sobrios, hospitales, no dados al vino ni a la avaricia.
El liderazgo bíblico no es autocrático. Los pastores no son señores sobre la heredad de Dios. Son siervos que guían con el ejemplo. Pedro instruye a los ancianos: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.”
Los diáconos, por su parte, se encargan de apoyar al liderazgo de los pastores dedicándose al cuidado logístico de la congregación, la atención de los necesitados y el trabajo operativo. Esto libera a los ancianos para concentrarse en la oración y el ministerio de la Palabra.
Una iglesia bíblica tiene un liderazgo calificado, plural, y humilde. Los ancianos enseñan, guían, protegen, y sirven. Los diáconos administran, organizan, y cuidan las necesidades prácticas. Juntos, bajo la autoridad de Cristo y su Palabra, proveen la estructura necesaria para que la iglesia funcione de manera ordenada y crezca en salud.
La iglesia bíblica frente a los modelos contemporáneos
Habiendo identificado las cinco marcas de una iglesia bíblica, es importante contrastarlas con los modelos contemporáneos que predominan en nuestros días. Este contraste no es para condenar sino para clarificar. Necesitamos ver con honestidad dónde nos hemos desviado del patrón bíblico.
El modelo dominante en muchos lugares es la iglesia centrada en el hombre. La pregunta que guía las decisiones no es “¿Qué dice la Escritura?” sino “¿Qué quiere la gente?” El culto se diseña para atraer, no para adorar. La predicación se adapta para no ofender, no para confrontar. La membresía se minimiza para no exigir compromiso. La disciplina se abandona para evitar conflictos. El liderazgo se concentra en una sola persona para satisfacer el deseo cultural de líderes carismáticos tipo CEO.
Este modelo puede producir multitudes. Puede generar entusiasmo. Puede incluso crear movimientos que parecen impresionantes. Pero no produce iglesias bíblicas. Produce algo diferente: organizaciones religiosas que usan lenguaje cristiano pero operan según principios completamente ajenos a las Escrituras.
El peligro no está en usar tecnología moderna o música contemporánea. El peligro está en adaptar el mensaje y la naturaleza de la iglesia para conformarse a los gustos del mercado. Cuando la iglesia se preocupa más por no ofender que por ser fiel, ha perdido su camino. Cuando valora más los números que la verdad, ha vendido su primogenitura por un plato de lentejas.
Otros modelos enfatizan la experiencia emocional por encima de la enseñanza sólida. El culto se convierte en un concierto donde el objetivo es generar una respuesta emocional intensa. La predicación se reduce a historias motivacionales y consejos prácticos. La doctrina se considera divisiva y se evita. El resultado son congregaciones de “cristianos” que no conocen su Biblia, no pueden discernir error de verdad, y confunden emoción con espiritualidad.
Algunos modelos, en el otro extremo, enfatizan la tradición y la liturgia hasta el punto de perder la vitalidad. La iglesia se convierte en un museo donde todo debe permanecer exactamente como siempre ha sido. Cualquier cambio se ve como traición. La forma se vuelve más importante que la sustancia. Se confunde antigüedad con fidelidad bíblica.
Lo que necesitamos no es encontrar un equilibrio entre estos extremos. Lo que necesitamos es volver al patrón bíblico. La suficiencia de las Escrituras significa que no necesitamos añadir nada, ni restar nada, ni modificar nada. La Biblia es completamente adecuada para definir qué es la iglesia, cómo debe estructurarse, y qué debe caracterizar su vida.
Esto no significa que todas las iglesias deben lucir idénticas en su expresión cultural. La iglesia en Latinoamérica no tiene que copiar la forma de la iglesia en Corea. Pero las marcas esenciales deben estar presentes en todas. Predicación bíblica. Membresía definida. Evangelización activa. Disciplina restauradora. Liderazgo plural y piadoso. Estas marcas trascienden la cultura.
El desafío para nosotros es examinar nuestras iglesias con honestidad a la luz de este patrón bíblico. ¿Está nuestra predicación realmente exponiendo las Escrituras y exaltando a Cristo, o está adaptada para entretener y no ofender? ¿Tenemos una membresía real con comunión genuina, o simplemente una audiencia anónima? ¿Estamos activamente llevando el evangelio al mundo, o hemos creado un club cómodo para creyentes? ¿Practicamos disciplina cuando es necesaria, o toleramos el pecado por miedo al conflicto? ¿Tenemos un liderazgo calificado y plural, o hemos concentrado el poder en una sola persona?
Estas preguntas no son cómodas. Pero son necesarias. La salud de nuestras iglesias y el testimonio del evangelio en el mundo dependen de nuestra disposición a conformarnos al patrón bíblico, sin importar el costo.
La urgencia de volver al modelo bíblico
Hemos recorrido un camino importante. Hemos visto que el concepto de una iglesia bíblica no es una moda ni una preferencia, sino un compromiso con el patrón que Dios mismo estableció en su Palabra. Hemos identificado el libro de Hechos como el lugar donde encontramos ese patrón en su forma inicial. Y hemos delineado las cinco marcas esenciales que debe exhibir toda iglesia que aspire a ser bíblica.
Estas marcas—predicación bíblica, membresía definida, evangelización activa, disciplina restauradora, y liderazgo plural y piadoso—no son opcionales. No son sugerencias para considerar si nos parecen convenientes. Son elementos constitutivos de lo que significa ser iglesia. Una comunidad que carece de alguna de estas marcas puede ser muchas cosas, pero no es una iglesia completamente conforme al patrón bíblico.
La urgencia de volver a este modelo no puede ser exagerada. Vivimos en una época donde la confusión sobre la naturaleza de la iglesia es rampante. Las líneas entre la iglesia y el mundo se han vuelto borrosas. Muchas congregaciones han adoptado estrategias de crecimiento que producen números pero no discípulos. Han creado eventos impresionantes pero han descuidado la formación espiritual. Han construido edificios grandes pero han perdido la comunión genuina.
El camino de regreso no es fácil. Implementar estas cinco marcas bíblicas puede generar conflicto. Algunos se resistirán a la predicación que confronta el pecado y exalta a Cristo. Otros se opondrán a la membresía con compromiso real. La evangelización activa incomodará a quienes prefieren una iglesia centrada en sí misma. La disciplina encontrará resistencia de aquellos que valoran la tolerancia por encima de la santidad. El liderazgo plural desafiará estructuras de poder arraigadas.
Pero la fidelidad a Cristo y su Palabra vale cualquier costo. La iglesia no es nuestra para diseñarla como nos plazca. Pertenece a Cristo. Él la compró con su sangre. Él es la cabeza. Y él ha dejado claro en su Palabra cómo debe ser su iglesia.
¿Cómo puedes evaluar si tu iglesia es bíblica? Hazte estas preguntas:
- ¿La predicación expone fielmente las Escrituras, exalta a Cristo, y llama al arrepentimiento? ¿O es entretenimiento disfrazado de sermón?
- ¿Existe una comunidad claramente definida donde los miembros se conocen, se cuidan y se comprometen mutuamente? ¿O es una audiencia anónima que viene y va sin compromiso real?
- ¿La iglesia está activamente comprometida con llevar el evangelio a los perdidos? ¿O es un club cómodo para creyentes?
- ¿Se practica la disciplina cuando los miembros caen en pecado público? ¿O se tolera el pecado por miedo al conflicto?
- ¿El liderazgo está compuesto por múltiples ancianos calificados que sirven humildemente? ¿O el poder está concentrado en una sola persona?
Si tu iglesia carece de alguna de estas marcas, el llamado es claro: trabaja, ora, y lucha por verlas implementadas. Si eres pastor o líder, asume la responsabilidad de guiar a tu congregación hacia la fidelidad bíblica. Si eres miembro, ora por tus líderes y apoya los cambios necesarios.
Y si después de una evaluación honesta descubres que tu iglesia no está dispuesta a conformarse al patrón bíblico, puede que necesites buscar una iglesia que sí lo esté. Esta no es una decisión que se debe tomar a la ligera, pero tu salud espiritual y la de tu familia dependen de estar bajo el cuidado de una iglesia saludable.
El llamado final es a la acción. No basta con leer sobre las marcas de una iglesia bíblica. Debemos vivir en ellas. Debemos orar por púlpitos sólidos donde la Palabra de Dios sea expuesta fielmente. Debemos orar por iglesias que vuelvan a la Palabra como su autoridad final y suficiente. Debemos orar por pastores fieles que estén dispuestos a seguir el patrón bíblico aunque les cueste popularidad o crecimiento numérico inmediato.
La iglesia que Cristo está edificando es una iglesia conforme a su Palabra. Es una iglesia donde él es glorificado, donde su evangelio es proclamado fielmente, y donde su pueblo es edificado en santidad. Que Dios nos dé la gracia de ser ese tipo de iglesia. Que nos conceda la valentía de rechazar modelos humanos y abrazar su diseño perfecto. Y que nos permita experimentar la bendición incomparable de ser miembros del cuerpo de Cristo, la familia de Dios, edificada sobre el fundamento que él mismo estableció.
si estás interesado en conocer cada un de estas marcas de manera específica, tenemos una serie de sermones basada en los primeros capítulos del libro de los Hechos que puedes escuchar, ver o descargar los manuscritos aquí.
Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente el 18 de enero de 2016 y actualizado en diciembre de 2025 con contenido ampliado y las 5 marcas de una iglesia bíblica según el patrón del Nuevo Testamento.
