Uno de los sistemas más complejos de nuestro cuerpo está relacionado con nuestros nervios. Cientos de micro conexiones que funcionan con impulsos de energía enviados al cerebro, nos alertan por medio del dolor de algún miembro que no esté funcionando bien o que necesita atención urgente.
Imaginemos por un momento que dejamos de sentir dolor o que se apagan todas nuestras alarmas sensoriales. Podríamos morir quemados sin darnos cuenta, o de hipotermia, una apendicitis sería mortal y hasta una herida infectada. Vivimos gracias a esas alarmas que son las que nos llevan continuamente a buscar una solución rápida para los problemas de nuestro cuerpo.
De algo así hablaremos hoy, solo que no en el sentido anatómico; sino más bien del peligro de no percibir la gravedad del mayor y más grande mal del hombre: el pecado.
El libro de Marcos es el desarrollo del ministerio de Jesús a 16X. El primer capítulo nos introduce a Jesús como el hijo de Dios; más de 30 años de vida están resumidos ahí; pero los siguientes capítulos son las últimas semanas de su ministerio.
Marcos recopila una serie de relatos que muestran inicialmente la autoridad de Cristo sobre las enfermedades, los demonios, la naturaleza y por su puesto, sobre el pecado. En los versículos anteriores a los de nuestra lectura, vimos como Jesús sana a un hombre paralítico y en medio de la algarabía y el asombro de algunos, los primeros rumores de oposición ya comenzaban a escucharse; pero es a partir del versículo 13 que dicha oposición se va haciendo cada vez más evidente, especialmente de parte de la secta de los fariseos.
Jesús acaba de hacer una declaración escandalosa: “El hijo del hombre tiene autoridad para perdonar pecados”. Esto era una declaración directa de su deidad y autoridad.
Pero es en este pasaje que consideraremos veremos de manera más precisa la relación de Cristo con los pecadores, todo ellos como parte de su misión principal.
Veremos por tanto nuestro texto a la luz de tres encabezados:
(1) El hijo de Dios que perdona los pecados
(2) La oposición al hijo de Dios por perdonar pecados
(3) La misión del hijo de Dios: perdonar pecados