Las obras de la carne y el fruto del Espíritu

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En genética existen dos conceptos que son fundamentales, el genotipo y el fenotipo. El primero de ellos, el genotipo, se refiere al material genético de un individuo o de una especie que se transmite de una generación a otro y que se encuentra en los cromosomas, en el núcleo de las células. Por su parte, el fenotipo, son los rasgos observables que distinguen a un individuo de otro (el color de piel, de los ojos, el tipo de cabello, la forma de la nariz, el tamaño de sus orejas etc.). El fenotipo es la expresión visible del genotipo; es la traducción de lo que la persona es a nivel molecular.

Quise emplear esta analogía extraída de la biología porque creo que recoge muy bien lo que pretendo probar en cuanto al texto que nos corresponde y en relación con el tema que hemos venido abordando las últimas semanas: los creyentes en Cristo son llamados a vivir en el Espíritu, no en la carne; pero la realidad es que, sea que vivan en la carne o sea que vivan en el Espíritu, siempre se podrá observar de qué está compuesto el “material genético del alma”.

Después de probar que el creyente no vive bajo la obligación de guardar la ley porque Cristo lo hace completamente justo, muchos de los hermanos de Galacia se estaban preguntando ¿entonces cómo vamos a batallar con el pecado y los deseos de nuestra carne? Es posible que ellos hubieran visto en la ley una forma de reprimir sus pasiones u obligarlas a estar bajo control, pero ahora, con esta nueva perspectiva de la ley ellos requerían de una nueva fuerza, la fuerza del Espíritu. Los que son de Cristo no están a la merced de sus deseos porque el mismo Señor los equipara para cumplir la ley, esto es, viviendo en amor.

Pablo aclara además que eso no iba a ser algo mágico. Es decir, creer en Cristo no significa que automáticamente las personas tienen un nuevo poder y nunca más son tentados, no, más bien el creyente ahora empieza a librar una batalla, una guerra cuya victoria ya está asegurada, pero que debe pelearse como quiera.

Pero todavía queda una cuestión por resolver ¿cómo se puede identificar a alguien que está siendo gobernado por la carne o alguien que está siendo gobernado por el Espíritu? Después de todo, no se trata de un asunto de conceptos abstractos, no es que alguien simplemente se atribuye el título de espiritual y ya. Aquí es donde estamos ahora, en uno de los pasajes tal vez más conocidos de toda la carta y donde el Apóstol Pablo muestra de manera clara cuáles son los distintivos (el fenotipo) de alguien que internamente aún sigue en la carne (su genotipo) y cuáles los distintivos de alguien que es gobernado por el Espíritu.

Como vemos, es importante que tengamos claro el contexto en el que esto se está desarrollando, esto para que no caigamos en el error de interpretar las listas que aquí nos encontramos y aplicarlas sin considerar que están enmarcadas en una situación específica, en este caso, ser instrucción para quienes ahora deben enfrentarse al desafío de vivir una vida guiada por el Espíritu.

Así que veremos nuestro texto a la luz de unos encabezados muy simples:

  1. Las obras de la carne (19-21)
  2. El fruto del Espíritu (22-23)
  3. Las obras y el fruto de los que están en Cristo (24-26)

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