No es el lugar, es la compañía

Una de las cosas que considero, mágicas o hermosamente misteriosas del matrimonio, es la forma en la que nos da una perspectiva distinta de lo que apreciamos. Por ejemplo, no es lo mismo, siendo alguien casado, caminar por la explanada de Chams de Mars al atardecer con la majestuosa torre Eiffel, solo, que con el amor de tu vida al lado.

No es lo mismo una puesta de Sol en la Toscana Italiana contemplada en solitario, que acompañado de quien amas.

Y aunque estos lugares son hermosos por sí mismos, la manera en que dicha belleza nos sobrecoge es más intensa si es compartida. Es la dicha del asombro, cobra más sentido si hay alguien a quien pueda transmitirlo.

Esto es diseño de Dios. No solo fuimos creados para tener compañía, sino que el disfrute de lo creado tendría sentido por eso. 

En parte es la razón por la que el pecado tiene tanto éxito en producir agónicas consecuencias, porque el pecado nos aísla, nos separa, no solo de Dios sino de las personas y ese sentido de soledad es que la carga del pecado se haga cada vez más pesada.

En el capítulo pasado vimos como el pueblo de Israel abandonó el pacto con Dios fabricando un becerro de oro lo cual llevó al Señor a querer enviar su juicio y fue gracias a la mediación de Moisés que el pueblo no fue consumido; sin embargo, eso no significó que la relación entre Dios y el pueblo estaba restaurada inmediatamente; todavía nos preguntamos ¿qué va a pasar con el tabernáculo? ¿Los planes han cambiado? ¿Todavía el pueblo sería llevado a la tierra prometida? ¿Cuáles serían las consecuencias inmediatas o a largo plazo del evento del becerro?  ¿Continuaría Dios yendo delante de ellos?

El pueblo de Israel tendría que enfrentarse a esta gran disyuntiva. Podían llegar a tener todo lo que Dios les había prometido, pero sin Dios ¿cuál sería su respuesta?

En este capítulo 33 abordaremos algunas de estas preguntas y veremos una vez más la importancia de la mediación de Moisés ante la realidad de que en efecto, aunque Dios quiere cumplir sus promesas, la realidad es que no puede habitar en medio del pueblo sin que este sea consumido.

Y este es el argumento que quiero proponerles:

El pecado nos aleja de Dios, pero Él se hace cercano a través de un mediador.

Y los desarrollaremos a la luz de los siguientes encabezados:

  1. Un pueblo sin la presencia de Dios (1–6)
  2. Un clamor por la presencia de Dios (7-16)
  3. Un pueblo con la presencia de Dios (17-23)

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