Pablo: un pastor del evangelio

Reproducir vídeo

El 18 de noviembre de 1978 el mundo conoció la horrorosa noticia de que 918 personas habían muerto después de ingerir cianuro en obediencia a su líder espiritual: Jean Jones. Los medios lo calificaron como “el mayor suicidio colectivo de la historia”. Cuerpos de hombres, mujeres y niños de todas las edades, se encontraban extendidos alrededor de un quiosco en el campamento de Johnstown, en un lugar remoto de Guyana, antiguo territorio británico.

Aunque la secta de Jean Jones se proclamaba como cristiana, su práctica no era algo que proviniera de la biblia, o al menos no de una interpretación adecuada de la misma; sin embargo, no es por eso menos cierto que el culto a la persona, al hombre había cobrado hasta ese momento una factura de muy alto valor.

 Pero ¿por qué alguien puede llegar a tomar una decisión como esta? ¿Puede acaso la influencia de un hombre llegar a ser tan determinante como para que personas decidan abandonar incluso la racionalidad? Lamentablemente, la evidencia nos conduce a responder que sí. Cuando se abandona la biblia y se sustituye su consejo por el carisma o la simpatía de un hombre, las consecuencias pueden llegar a ser catastróficas. Toda vez que la Palabra de Dios ha sido abandonada por seguir el camino de hombres malos que solo buscan su gloria, el resultado es el extravío y muy seguramente la perdición.

Los hermanos de Galacia, a quienes está dirigida esta carta, estaban enfrentando un gran peligro luego de que falsos maestros entraran para intentar desviarlos del verdadero evangelio y hacerlos volver al cumplimiento de normas y leyes. Ellos ya habían sido libres al creer en Jesucristo, pero estos estaban sugiriendo que debían volver a guardar todos los ritos y celebraciones de la abolida ley judía, entre ellas la circuncisión y ese sin duda era un camino peligroso que invalidaba la cruz y hacía vano el evangelio del Señor.

Ahora bien, es una realidad que aprendemos de imitar a otros. Ser un discípulo es de hecho ser un seguidor y podemos ser discípulos para el bien o para el mal ¿cómo podemos entonces estar seguros de que estamos imitando lo correcto y no siguiendo el camino de la perdición?
Hebreos 13:7 dice: Acuérdense de sus guías que les hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imiten su fe. ¿Cómo podemos entonces identificar a alguien que nos está conduciendo a Cristo y no a sí mismo o a algún camino de error?

En este pasaje veremos cómo el apóstol Pablo nos ofrece algunas razones por las cuales él era alguien digno de imitar y cómo su experiencia cristiana se convierte en un ejemplo para nosotros y de qué manera podemos nosotros, al mismo tiempo, convertirnos ejemplo piadoso para otros.

Esta es una porción de mucha emotividad. Desde el capítulo anterior ya venimos viendo cómo el apóstol Pablo asume un tono más tierno y conciliador, el de un amigo que regresa para decirles a sus allegados que no se aparten que se mantengan en la fe. Quiero incluso usar una figura aún más familiar para ilustrar la idea: Imagina a un padre que ha estado tratando de persuadir a su hijo que quiere irse de la casa en rebeldía y luego de presentar argumentos desde su conocimiento, estadísticas de desempleo y homicidios, los peligros probados de una vida licenciosa, por último, apela al sentimiento que los une: ¡No te vayas, hazlo por mí! Piensa en todo el sacrificio que hemos hecho para traerte hasta aquí, ¡hijo mío, por favor, no te pierdas!

Así que veremos nuestro texto a la luz de la siguiente estructura:

  1. Pablo: Un siervo digno de imitar (12a)
  2. Razones por las cuales Pablo es un ejemplo digno de imitar (12b-18)
  3. El clamor angustioso del siervo digno de imitar (19-20)

Descargar sermón:

Comparte este sermón: