Vanidad de vanidades (Eclesiastés 1:1-2)

imagen de una mano empuñada como sosteniendo aire, con la palabra vanidad de vanidades junto a la cita bíblica de Eclesiastés 1:1-2
Reproducir vídeo

Manuscrito del sermón

Texto: Eclesiastés 1:1-2

Quiero ubicarlos en una escena:

Es la plaza de una ciudad amurallada de unos mil años antes de Cristo. De repente, todo el ruido del comercio y la gente que va de un lugar a otro se interrumpe por el anuncio de los trompeteros del Rey desde el alto balcón de su palacio — ¡Atención, atención!

Es el rey. Nadie lo veía hacía muchos años y se especulaba acerca de su estado de cordura. Se mueve lento y su cabello está blanco por el paso de los años. Los ancianos se emocionan y los más jóvenes lo ven con expectación porque una sola cosa que sabían de él: es el hombre más sabio del mundo.

El silencio de la gente en la plaza llegó rápido pero no así las primeras palabras del rey, en una voz debilitada por los años:

—La vida, la vida es absurda, la vida no tiene sentido.

Es una declaración de esas que sabes que vienen seguida de una explicación. Como esas que uno piensa mucho y escoge cada palabra. Es una afirmación que recoge muchos pensamientos pero que una vez la escuchas deseas escuchar lo que viene, bien sea por curiosidad o porque por primera vez alguien ha logrado resumir lo que has visto con tus propios ojos y con tu propia vida. Así que ahora, en la plaza, el rey tiene tu atención y te vas a sentar a escuchar lo que sigue.

¡Bienvenidos al libro de Eclesiastés!

Este es quizás el libro con las peores relaciones públicas de todo el Antiguo testamento, sino de toda la Biblia. Muchas de las personas que se acercan a él lo hacen con la intención de extraer sólo aquellas cosas que pueden ser memorizadas o entendidas. Nadie quiere perderse en los laberintos de la mente de un hombre que hace preguntas difíciles y que tiene una perspectiva tan terrenal de la vida. Algunos incluso han llegado a pensar que es un libro demasiado mundano para estar en la Biblia; pero hermanos amados, nada más lejos de la realidad.

Y si bien es cierto que es un libro que presenta desafíos de interpretación importantes, una vez nos sumergimos en su contenido encontramos el tremendo valor que tiene para entender el verdadero sentido que tiene la vida, el daño que el pecado ha hecho en nuestra comprensión de la misma, pero también cómo ahora, a pesar de esa realidad, podemos encontrar disfrute y deleite en Dios.

Son estos los grandes temas alrededor de lo que estaremos en las siguientes semanas y en donde esperamos que el Señor despierte un renovado entendimiento del propósito de nuestra vida para la eternidad y también antes de ella.

Hoy, nos concentramos en conocer dos aspectos claves en el libro: el autor (el rey de la plaza) y el tema central de todo el libro.

Este es entonces el argumento que quiero proponerles para este sermón:

La vida sin Dios carece de sentido.

Vamos a desarrollar esta idea a la luz de los siguientes encabezados:

  1. El sabio sin sabiduría
  2. La vida sin sentido

El sabido sin sabiduría

El libro comienza con una presentación del personaje que parece ser el autor de todos estos pensamientos.

La palabra “Predicador” que se traduce en nuestras biblias, es una palabra de uso exclusivo de este libro. Qohelet (קֹהֶ֣לֶת). Su significado parece acercarse a un personaje que con la capacidad de convocar a una asamblea; es decir, alguien con una voz que se ha ganado el mérito de ser escuchada. Otros lo han traducido como “maestro”; pero no fue sino hasta la Septuaginta, una traducción de la biblia en hebreo que se hizo en Egipto para los muchos judíos que hablaban ese idioma unos años antes de Cristo, que se creó el término “Ekklesiastes”, basándose en la palabra “Ekklesia” que significa asamblea y de donde surge nuestra palabra iglesia. En términos estrictamente literarios sería algo como: “El asambleador” (convocador de asamblea). La versión vulgata latina introdujo el nombre de Eclesiastés y así se quedó en la mayoría de nuestras versiones en español.

Pero, ¿cuál es la identidad de este “predicador”? El texto nos dice además que es hijo de David y que fue rey de Jerusalén. En el v12, vuelve a afirmar que el Predicador ha sido rey sobre Israel en Jerusalén.

Aunque ha habido un debate sobre el autor verdadero de este libro, la mayoría de eruditos concuerdan en que este personaje no puede ser otro sino el rey Salomón. Después de todo, es el único rey de Israel que gobernó en Jerusalén porque después de él el reino se dividió en manos de su hijo Roboam. Así que pese a que el nombre del Salomón no aparece de manera explícita, las evidencias internas y externas parecen apuntar inequívocamente a este importante rey de Israel.

Ahora bien ¿por qué está llegando Salomón a estas conclusiones tan nefastas? ¿Cómo puede un hombre que había sido lleno de sabiduría más que cualquier otro sobre la tierra llegar a pensamientos tan fútiles sobre la vida? Estas son preguntas interesantes, pero recordemos que Salomón no siempre fue alguien sabio en todas sus decisiones y acciones. Esto es lo que leemos en 1 Reyes:

Pero el rey Salomón, además de la hija de Faraón, amó a muchas mujeres extranjeras, moabitas, amonitas, edomitas, sidonias e hititas, de las naciones acerca de las cuales el SEÑOR había dicho a los israelitas: «No se unirán a ellas, ni ellas se unirán a ustedes, porque ciertamente desviarán su corazón tras sus dioses». Pero Salomón se apegó a ellas con amor. Y tuvo 700 mujeres que eran princesas y 300 concubinas, y sus mujeres desviaron su corazón. Porque cuando Salomón ya era viejo, sus mujeres desviaron su corazón tras otros dioses, y su corazón no estuvo dedicado por completo al SEÑOR su Dios, como había estado el corazón de David su padre. Porque Salomón siguió a Astoret, diosa de los sidonios, y a Milcom, ídolo abominable de los amonitas. Salomón hizo lo malo a los ojos del SEÑOR, y no siguió plenamente al SEÑOR, como lo había seguido su padre David. Entonces Salomón edificó un lugar alto a Quemos, ídolo abominable de Moab, en el monte que está frente a Jerusalén, y a Moloc, ídolo abominable de los amonitas. Así hizo también para todas sus mujeres extranjeras, las cuales quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses. Entonces el SEÑOR se enojó con Salomón porque su corazón se había apartado del SEÑOR, Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, y le había ordenado en cuanto a esto que no siguiera a otros dioses, pero él no guardó lo que el SEÑOR le había ordenado. (1 Reyes 11:1-10, énfasis y subrayado añadido).

Como vemos, un día el sabio se quedó sin sabiduría. La mayoría de estudiosos apuntan a que el libro de Eclesiastés se escribe en una época posterior al desenfreno de Salomón, en una etapa reflexiva al final de su vida. Toda esta perdición, la búsqueda de placeres, el poder, las riquezas, la comida, el sexo, las grandes edificaciones, los extensos cultivos; son temas recurrentes en todo este libro. Es como si en algún momento se hubiese hecho ambicioso por obtener más sabiduría de la que tenía o más riqueza de la que tenía y comenzó a buscar sin medir las consecuencias. En el capítulo 2 describe cómo se desvió al extremo de los placeres existentes buscando algún sentido a la vida, una satisfacción plena un lugar en el que pudiera decir que había llegado a la cima; pero el resultado fue llegar a aborrecer la vida misma:

Y aborrecí la vida, porque me era penosa la obra que se hace bajo el sol, pues todo es vanidad y correr tras el viento. Así mismo, aborrecí todo el fruto de mi trabajo con que me había afanado bajo el sol, el cual tendré que dejar al hombre que vendrá después de mí. (Ecl 2:17-18).

Como vemos, ni siquiera el hombre más sabio del mundo pudo encontrar sentido para su vida en placeres de este mundo.

Salomón siquiera llegó a una conclusión, pero muchos hoy en día continúan en un descenso sin control, no quieren admitir que fuera de Dios no hay nada que pueda darnos un sentido verdadero de realización.

Salomón nos ahorró el experimento de una vida sin Dios y nos regaló sus conclusiones por lo que es una necedad creer que si lo hacemos a nuestra manera encontraremos un resultado distinto.

Salomón también sabía que para emprender este viaje hacia ese bosque tenebroso de la búsqueda de algún propósito para la vida necesitaba irse lejos del Señor, y la razón es que en algún momento su sabiduría no le alcanzó para ver que estando en Dios lo tenía todo.

El problema con los que se pasan la vida en la búsqueda de placeres es que voluntariamente han ignorado que el verdadero placer y sentido para esta vida solo se encuentra en estar cerca de Dios, nunca lejos de Él.

Parece que Dios le permitió a Salomón regresar para contar su historia, por eso tenemos este libro abierto en nuestras manos; pero muchos que emprenden esa trágica travesía, no regresan. la conclusión del versículo 17, “aborrecí por tanto la vida” la llevan al extremo pensando que si quizás se la quitan encontrarán alguna respuesta o descanso hacia el otro lado y esto también es una tragedia.

Esa es la conclusión fatal a la que llegó el filósofo existencialista Albert Camus, el presentó el suicidio como la ruta de escape al absurdo, pero la verdad es que fue su negativa a reconocer que había un sentido pleno de la vida en Dios incluso cuando Él permanezca en silencio.

Es conocer a Dios lo que salva al hombre de la búsqueda insaciable de sentido para la vida. En la puerta de lo absurdo, el cielo siempre está abierto arriba.

el sentido de la vida entonces parece estar en algo más allá de lo que nuestra sabiduría o capacidad racional pueda alcanzar. Parece ser algo que solo vemos desde la espiritualidad, desde una posición que trascienda todo lo que existe, lo temporal y esa es la perspectiva eterna que tiene su sustento en Dios.

Es por eso que el evento que a una persona le parece absurdo, repetitivo y sin sentido como la puesta de sol, para otro, esa misma visión del sol cayendo es asombrosa y no importa cuántas veces la contemple, esto es porque hay una condición, un lente en los ojos del que asombra que le permite ver la belleza de los colores y esto solo viene con el entendimiento de la grandeza y la majestad del Señor. De entender que el cielo cuenta su gloria. Hay una respuesta espiritual a lo que es bello y tiene que ver con la certeza de que hay detrás de todo eso algo que trasciende lo terrenal y que al mismo tiempo le da sentido a lo que vemos y tocamos.

Es claro que no todos llegamos a experimentar el grado de curiosidad de Salomón y puede que estas reflexiones las esté considerando demasiado profundas; pero la verdad es que todos hemos estado ahí de algún modo, lo que pasa es que no lo planteamos de forma tan filosófica.

El emborracharse hasta perder el conocimiento, la búsqueda del placer sexual por medio de la promiscuidad y las mujeres, la compulsión por tratar de proyectar una imagen de nosotros que no se corresponde con la realidad, el deseo de muchas riquezas o acumular; todo esto no es más que la búsqueda instintiva y pecaminosa de realización.

 Las personas en esa condición, los que persiguen la vanidad no desean a Dios. No quieren una religión, no quieren a un Dios que les imponga reglas, no quieren prohibiciones. Quieren tener el laboratorio de sus vidas despejado sin saber que en algún momento explotará.

Recuerdo cuando anuncié a unos amigos de mi infancia que me iba a casar, yo tenía entonces 21 años entonces, su respuesta fue —¿Por qué cometerás esa locura? No has vivido ni probado lo suficiente— Ahí está, esa es la filosofía trágica de la búsqueda de sentido en los muchos placeres.

El experimento de Salomón del que nadie ha salido bien librado por muy bajo control que planee tenerlo.

Habiendo conocido entonces al autor de este libro y el trasfondo de sus reflexiones, pasemos ahora a la tesis que plantea, su argumento central, el grito de la plaza, lo cual nos lleva de la mano al siguiente encabezado:

La vida sin sentido

La palabra traducida por nuestras versiones como “vanidad” es interesante y aparece unas 37 veces en toda la carta, lo que en efecto refuerza la idea de que este es el tema central de la carta: la vida es vana debajo del sol.

La palabra empleada para “vanidad” es heb. Hebel, y comunica la idea de aliento, aire que se expulsa al respirar, neblina o viento. De allí que algunas traducciones traducen esta expresión como “perseguir el viento” o como “absurdo”, carente de sentido.

Cuando el autor dice, “vanidad de vanidades… todo es vanidad” tiene el propósito de remarcar el énfasis de la frase. No es una afirmación débil, es una conclusión a la que ha llegado contundentemente.

Pero ¿por qué llega Salomón a esta conclusión? Ya vimos un poco de la experiencia de Salomón en su emprendimiento de buscar sentido para su vida en los placeres por lo que su conclusión no está lejos de la realidad. De hecho, él está llegando a una conclusión de algo que era ya conocido de antemano, después de la caída, el hombre experimentaría una nueva forma de ver e interactuar con lo creado y todo sería doloroso y afanoso. En Romanos leemos:

La creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó”, es decir, Dios mismo (Romanos 8:20)

Lo que él hará a lo largo del libro es probar su tesis apelando a distintas áreas y actividades de la vida.

Pero debemos aclarar que esta es una conclusión válida sólo si Dios está fuera de la escena. Debemos entender el Eclesiastés de esa manera y también el argumento del autor así. Él se mueve entre esas dos líneas: la vida sin Dios es vana. La vida solo tiene sentido si incluimos a Dios como el fin último de la misma.

Así que es nuestro trabajo identificar cuando el autor está presentando un razonamiento desde su experiencia y cuando sus conclusiones están siendo afectadas por un entendimiento basado en Dios.

Posiblemente tu hayas llegado a esta misma conclusión sin necesidad de leer Eclesiastés antes; porque estamos viéndolo todos los días:

Nos levantamos, vamos al trabajo, regresamos, dormimos, al día siguiente se repite el ciclo y así; todo nos devuelve al mismo punto. Pero la vida que se vive para Dios tiene otro matiz. Hacemos lo que hacemos con un propósito mayor que nosotros. Agradamos a alguien más que a nosotros y servimos a alguien más que nosotros.

En ese plano; levantarnos y entrar en el ciclo cobra sentido si veo la remuneración del trabajo como una forma de disfrutar con los que amo, si tengo la oportunidad de servir a otros, si puedo exhibir excelencia en lo que hago para dar gloria a la belleza del que me ha creado, si puedo poner mi mente a crear y pensar en que otras cosas puedo hacer para dar valor a aquellos que sirvo.

Es esa redefinición del quehacer lo que hace que el ciclo no sea repetitivo porque lo vemos desde otra perspectiva. Es en Dios y solo en Dios que podemos romper el ciclo de vanidad que nos presenta la vida.

Este era el mundo en el Edén. Dios creó al hombre con la capacidad de darle gloria incluso por medio de ciclos repetitivos; es el pecado lo que dañó nuestra perspectiva haciendo que todo parezca sin sentido.

Pero ahora no tiene que ser así. La esencia de estar en Cristo es que por la redención somos libres del pecado que no nos permite disfrutar de la vida que Dios nos dio para vivir.

Descargar sermón:

Comparte este sermón: