Versículo base: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?» 1 (Salmo 22:1, NBLA)
El grito desde la cruz
Iniciamos la Semana Santa, un tiempo muy apropiado para meditar en los eventos centrales de nuestra fe. Al acercarnos al Viernes Santo, el Salmo 22 nos confronta directamente con el sufrimiento de Cristo. Estas palabras, escritas siglos antes, brotaron de Jesús en su hora de máxima agonía. Ellas revelan la profundidad de su dolor y la inmensidad de su amor por nosotros.
Entendiendo el pasaje
El Salmo 22 es un salmo mesiánico inconfundible del Antiguo Testamento. David lo escribió mil años antes de Cristo, describiendo con asombrosa exactitud los sufrimientos del Mesías en la cruz. Comienza con el grito de angustia y abandono tan hondo que Jesús lo hizo suyo en el Calvario (Mateo 27:46). Esto expresa el sufrimiento más extremo posible: sentirse abandonado por Dios. El salmo detalla vivamente la crucifixión: las burlas crueles (v.7-8), la sed abrasadora (v.15), las manos y pies traspasados (v.16), y el reparto de sus ropas (v.18). Cada detalle se cumplió literalmente en Jesús. Pero el salmo da un giro poderoso: a partir del versículo 22, estalla en alabanza y confianza firme. Esta estructura —sufrimiento que conduce a victoria— refleja el camino completo de la Pasión y Resurrección que celebramos esta semana.
Tres verdades bíblicas
- Cristo experimentó el abandono divino para asegurarte la presencia de Dios: Cuando Jesús clamó estas palabras, vivió una separación del Padre que trasciende nuestra comprensión, Él, que siempre había vivido en comunión perfecta. Este abandono fue absolutamente real y concreto. El Hijo cargó el abismo de nuestro pecado para que tú y yo jamás experimentemos la separación definitiva de Dios. Gracias a su sacrificio, la promesa de Dios para ti es rotunda: “Jamás te dejaré; nunca te abandonaré” (Hebreos 13:5).
- Tu sufrimiento es conocido y comprendido por tu Salvador: En tu dolor más profundo, en tu sentimiento de soledad, tienes un Salvador que te entiende plenamente. Jesús es un Dios cercano, presente en nuestro sufrimiento. Él entró en las tinieblas del dolor humano y las conquistó. Tu dolor le es íntimamente conocido. Él vivió las lágrimas, la soledad y la traición. Cuando clamas, le hablas a Aquel que conoce el sufrimiento desde adentro, más que tú mismo.
- El silencio aparente de Dios esconde Su acción poderosa: David pregunta por la lejanía de Dios, pero el salmo demuestra que Dios siempre estuvo presente. Igualmente, en la cruz, aunque Jesús sintió el peso del abandono, el Padre permanecía unido al Hijo. Este misterio nos enseña una verdad vital: los momentos donde Dios parece silencioso son precisamente aquellos donde Su obra es más profunda y decisiva. Aun cuando sientas el silencio de Dios, Él está ejecutando Su plan perfecto. Tu fe madura al anclarte firmemente en Sus promesas de fidelidad, por encima de las olas de tus sentimientos.
Reflexión y oración
El grito de abandono de Jesús es, asombrosamente, el fundamento de nuestra seguridad eterna. Porque Él fue abandonado, nosotros tenemos la plena certeza de la compañía perpetua de Dios. El Salmo 22 inicia en la oscuridad, pero culmina en victoria y adoración global. Así mismo, la historia de la cruz trasciende el Viernes Santo y explota en la vida radiante de la mañana de Pascua. Esta semana, al meditar en los sufrimientos de Cristo, vivámoslo con el gozo y la certeza de la resurrección vibrando en nuestro corazón.
Señor Jesús, gracias por abrazar el abandono que me correspondía. Cuando la soledad o el desamparo me golpeen, recuérdame que tu sangre me abrió el acceso permanente al Padre. Te doy gracias por cada instante de esa semana crucial: tu entrada a Jerusalén, la última cena, tu lucha en Getsemaní, el juicio, tu crucifixión y tu invencible resurrección. Guíame a vivir esta Semana Santa con un asombro profundo por tu amor sacrificial. Que tu entrega total transforme mi corazón y me impulse a vivir rendido a Ti. Amén.