En el mundo del futbol existe una larga lista de jugadores que por sus características prometían ser grandes estrellas, “niños maravilla”, pero debutaron tempranamente y la presión de los medios, la fama o la pesada mochila de ser comparados con otros de cierta trayectoria, los abrumó, tomaron malas decisiones y terminaron sus carreras abruptamente sin siquiera llegar a tocar un poco del éxito de un jugador promedio.
Y esto no es algo que pasa en el mundo del deporte, sino en muchos otros entornos, el pretender alcanzar antes del tiempo aquello que es el resultado de una trayectoria.
El pasaje que hoy consideraremos continúa la historia del libertador de Israel, Moisés, uno cuyo nacimiento estuvo marcado por el drama y la evidencia de que ciertamente Dios tenía un plan que llevar a cabo con él. Y aunque es posible que la mayoría de ustedes estén familiarizados con el desarrollo de la vida de este importante hombre en las Escrituras, es claro que la Biblia no se trata de las hazañas de a quienes consideramos héroes, sino de Dios, quien es el protagonista de esta gran historia.
Moisés fue un “niño maravilla” una promesa libertadora para Israel, pero algunas de sus decisiones no fueron sabias y terminaron por traer consecuencias drásticas; pero todo esto estaba bajo el control del Señor y en su providencia él lo usaría para mostrarse como el verdadero libertador de Israel, que, si bien no desecharía a Moisés por completo, sí le mostraría que si el pueblo de Dios iba a dejar atrás la esclavitud sería por la mano divina y no por influencias y poderes humanos.
Este es precisamente el argumento para nuestro sermón en la mañana de hoy: mientras que Moisés como libertador fue desterrado de Egipto el día que “debutó” como libertador, Dios, por el contrario, es quien traer verdadera liberación por su fidelidad y misericordia.
Basados en eso, veremos nuestro texto a la luz de los siguientes puntos:
1. El libertador frustrado (11-14)
2. El libertador forastero (15-22)
3. El libertador fiel y compasivo (23-25)