Entre la espada y la gloria

Si hiciéramos una encuesta acerca de qué imagen o evento representa mejor el libro de éxodo, no cabe duda que la mayoría apuntaría al mar Rojo abriéndose y al pueblo de Israel pasando en seco. 

De hecho, en 1956, la película Los Diez Mandamientos, dirigida y producida por Cecil B. DeMille fue nominada a varios Premios Óscar, entre ellos a mejores efectos visuales, precisamente por haber logrado recrear, de una manera asombrosa para la época, la memorable escena de Moisés parado sobre una peña con los brazos levantados y el mar abriéndose en dos, una escena que tardó seis meses en lograrse en una época de grandes limitaciones tecnológicas en comparación con la nuestra. 

Lo cierto es, que por muy popular o espectacular que nos resulte la imagen de ese mar rojo partido en dos, no es ese el evento central ni del libro, ni tampoco el episodio principal de este capítulo. Hay algo mucho más grande y glorioso que vemos en este texto y es una exhibición de la gloria de Dios, la cual se hace manifiesta en hacer juicio sobre el malvado y liberar a Su pueblo. 

Ese es precisamente el punto que queremos abordar en nuestro texto en la mañana de hoy:

Cuando Dios muestra Su gloria castigando al malo y salvando a Su pueblo, somos llamados a confiar y a creer en Él. 

De hecho, el tema de la gloria de Dios es repetitivo en este pasaje: versículo 4, 17, 18, y de manera implícita el 31. 

Así que vamos a ver todo este capítulo a la luz de tres grandes divisiones o si se prefiere, en tres momentos. 

  1. Una espada que empuja al temor (1-12)
  2. Un Dios que empuja al mar (13-18)
  3. Una gloria que empuja a la confianza (14-31)

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