Imagina el siguiente escenario:
De repente, todas las leyes sobre delitos desaparecen. La policía y organismos de justicia dejan de existir. Las cárceles se vacían y ya nadie puede ser enviado allí; pero no es porque no haya delitos, es porque nadie los condena. Todo esto, en el mismo contexto de maldad que vivimos hoy. Cada quien hace lo que bien le parece, sin restricciones, sin sanciones, sin censuras.
¿Puedes ver el caos en tu mente? Los almacenes asaltados, personas asesoradas en la calle, robos. Anarquía, destrucción. La escena es apocalíptica.
Y quise que pensaras en ese escenario hipotético, porque nos ayuda a ver cuál es el papel de las leyes y los sistemas de justicia en una nación y porque en definitiva es una expresión de la gracia común de Dios para preservar a este mundo de la destrucción.
Solo los hombres creados a la imagen de Dios pueden vivir a la luz de esa realidad. Solo los seres humanos demandan justicia de manera instintiva, porque es Dios quien lo ha puesto en nuestro corazón y en efecto, donde no hay justicia, se caminó hacia el abismo de la autodestrucción.
En el sermón pasado dimos nuestro primer paso a esta compleja sección en la que se desarrollan las leyes que amplían la ley general contenida en los Diez Mandamientos.
El punto de toda la sección gira alrededor de la idea de que por medio de todas estas leyes, el Señor busca mostrar su justicia y facilitar la vida en comunidad.
Dios es Justo y él espera que las relaciones entre amos y siervos, pudientes y necesitados, se desarrollen respetando la dignidad humana.
Hoy nos concentraremos en los aspectos penales y civiles contenidos en el capítulo y este es el argumento que quiero proponerles:
Cuando la transgresión es castigada, la justicia de Dios es exhibida y se facilita la vida en comunidad.
Veremos entonces los versículos 12-36 a la luz de los siguientes puntos:
- La justicia de Dios demanda castigo por la culpa
- La justicia de Dios demanda responsabilidad