Después del fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, representantes de 50 naciones del mundo se reunieron en San Francisco, en los Estados Unidos, con el propósito de crear una organización que se encargaría de promover la paz y evitar las guerras en el mundo. Es así como el 24 de octubre se firma el acta de constitución de lo que hoy conocemos como Naciones Unidas y en ese mismo marco, pero tres años después, bajo el liderazgo dinámico de Eleanor
Roosevelt (viuda del presidente Franklin Roosevelt, defensora de los derechos humanos y delegada de Estados Unidos) se propuso crear una comisión que se encargara al mismo tiempo de promover y proteger los derechos del hombre y las libertades. Esta declaración universal de los Derechos Humanos, como se dio a conocer al mundo, fue adoptada el 10 de diciembre de 1948 y cita en su preámbulo lo siguiente:
“La ignorancia y el desprecio de los derechos humanos han resultado en actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y la llegada de un mundo donde los seres humanos gocen de libertad de expresión y creencia y sean libres del miedo y la miseria se ha proclamado como la más alta aspiración de la gente común… Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
Esta es sin duda una declaración inspiradora, pero tampoco cabe duda que hoy casi vivimos en medio de una guerra, precisamente a causa del reclamo de los derechos y como, en honor a la libertad, muchos han actuado con barbarie. Parece no haber un límite definido en el que los derechos de uno han de detenerse a fin de no violentar los derechos de otros.
Es la paradoja de la libertad. Promoverla como una forma de buscar la paz para que al final termine el mundo inmerso en una guerra a causa de ella.
Y es precisamente de libertad de lo que hablaremos hoy, pero no de aquella que ha de ser usada para dañar y romper la unidad, sino una que es basada en el amor, que proviene de Cristo, no una que reclama derechos de manera individualista sino una en la que somos llamados a la renuncia de dicha libertad si perseguirla nos lleva al conflicto o dañar a alguien por quien Cristo murió y afrentar la belleza de su iglesia.
Pablo aborda un nuevo problema en esta iglesia de Corinto. Él sigue respondiendo algunas cuestiones que le fueron consultadas por carta y da pie a una nueva subsección, por así decirlo. El capítulo 7 era en relación a los temas de matrimonio y soltería y ahora estos capítulos del 8—10 son acerca del uso de la libertad cristiana y específicamente en el contexto de la idolatría que rodeaba la iglesia de Corinto.
Aunque los hermanos se habían convertido a Cristo, todavía vivían en medio de una cultura que adoraba a vario dioses (Romanos y griegos) y muchas que ellos hacían, tan simples como una celebración o un matrimonio, estaban rodeadas de ese contexto, así que surge el dilema acerca de lo que era correcto o no, a donde se podía asistir y a donde no, ¿de un participar en fiestas o banquetes de sus familiares? ¿Debían ellos comer la comida que era ofrecida a otros dioses? ¿Podían comer carne que se vendía en el mercado incluso si esta había sido ofrecida a un Dios falso? Todas estas cosas eran parte de la discusión en los capítulos siguientes el Apóstol se encarga de abordarlas.
En resumen, lo que Pablo hace es dejar en claro que aunque hay libertad en Cristo para comer, beber o participar de alguna celebración, los hermanos debían ser cuidadosos de usar esa libertad sin importar que otros hermanos débiles fueran a tropezar con su conducta. Así que él los anima a incluso renunciar a su libertad con tal de preservar la unidad en amor (capítulo 8 ). Al mismo tiempo Pablo se pone a si mismo como un ejemplo de alguien que ha renunciado a sus libertades a fin de ganar a más hermanos y no ser tropiezo (capítulo 9) y advierte que es peligroso coquetear con la libertad porque puede llevarlos a idolatrar de verdad y hacer evidente no son verdaderos creyentes sino endurecidos como el Israel del antiguo testamento (capítulo 10).
Hoy nos ocuparemos entonces de este capítulo 8 y lo haremos a la luz de los siguientes tres encabezados:
• La libertad cristiana mal entendida (1-3)
• La libertad cristiana correctamente informada (4-6)
• La libertad cristiana correctamente aplicada (7-13)