“Una de las grandes bendiciones del cielo es valoración aquí en la tierra. No es tonto el que da lo que no puede retener, para ganar lo que no puede perder.” Estas palabras fueron escritas el 28 de octubre de 1949 por Jim Eliot en su diario, un misionero que entregó su vida sirviendo a las tribus Huaorani, en la selva a del Ecuador cuando
apenas habían tenido un primer encuentro. 3 años después, un segundo grupo de misioneros, entre los que se encontraba su esposa habían llegado para llevar el Evangelio a personas que no lo habrían oído de ninguna otra manera.
Eliot había renunciado a su derecho a una vida libre y próspera en su país, para entregarse en amor a algo que consideraba mucho más grande que él mismo, traer a otros a Cristo. Este espíritu de renuncia no es algo que se aplauda hoy. No se ve loable. Los hombres de hoy ven esto como algo tonto y sin sentido; pero el valor de lo que hacemos no es medido por lo que otros consideran sino por lo que Dios considera, de hecho y él ve el camino de
quien renuncia a sus derechos por amar y servir a otros como alguien que sigue la senda de la justicia y la piedad trazadas por el Salvador.
Después de hablar ampliamente acerca de la libertad cristiana, Pablo termina hablando de lo dispuestos que deberíamos estar a renunciar a nuestros derechos y libertades si eso contribuye a amar y servir a otros y no ser de tropiezo.
En el capítulo que veremos hoy, el Apóstol se presenta como un ejemplo de alguien que aunque tiene derechos adquiridos por la naturaleza de su servicio, ha renunciado voluntariamente a ellos a fin de ganar a aquellos que Dios le ha puesto como misión sin que eso lo lleve a pecar o vivir libertinamente.
Así que veremos este capítulo 9 a la luz de los siguientes encabezados:
1. Los derechos de Pablo como Apóstol (1-14)
2. La renuncia de los derechos de Pablo como apóstol (15-23)
3. La santidad en la libertad Pablo como apóstol (24-27)