Manuscrito
Texto bíblico: Mateo 5:3-12
Cuando leemos un libro, debemos tomar en cuenta lo que dice 1 Tesalonicenses 5:21-22, que nos advierte a tomar lo bueno y desechar lo malo. Es decir, lo que los seres humanos producen debemos pasarlo por el filtro de la palabra. No es así con las Escrituras, porque toda palabra en las Escrituras es palabra de Dios, inspirada por Dios.
Es importante saber que Dios habló a través de Pablo, Pedro, Juan, Isaías, pero lo hizo desde sus personalidades y trasfondos históricos. Dios utilizó a estos hombres y todo lo que habían vivido para Él poder comunicar su mensaje. Pero hoy, que seguiremos sumergiéndonos y profundizando en el Sermón del Monte, veremos que las palabras escritas allí no solo son palabra de Dios, sino que es la palabra de Dios hablada por Dios mismo encarnado. Por Dios desde su carácter perfecto.
Ahora bien, en Eclesiastés vimos a un rey, en minúscula, predicando a su pueblo, en medio de su reinado que fue finito. Pero aquí está hablando el REY, en mayúscula, Rey de reyes y Señor de señores, de su Reino que no tendrá fin. Ya no un rey mortal que nos hace comparar la vida debajo del sol y por encima del sol, sino El Rey que nos dice que la vida por encima del sol se ha acercado, y comienza cuando nos sometemos a su reinado. El Predicador es el Rey mismo, es Jesucristo, quien tiene autoridad absoluta para definir las características de su Reino y quiénes habitan en él.
En nuestras biblias, todo el pasaje en el que vamos a concentrarnos está con letras rojas porque son palabras del mismo Señor Jesús. Esto debe motivar en nosotros un gran sentido de reverencia. Aquí está hablando el Rey directamente, ya no como en el tiempo de Moisés, a través de un portavoz, sino que Dios mismo se acercó a su pueblo porque Él es Dios Emanuel, Dios con nosotros. Ya no es Moisés, es Cristo ese profeta semejante a Moisés, pero superior porque ya no veía a Dios cara a cara solamente, sino que Él mismo es Dios.
Al respecto, el mismo Señor advierte en Deuteronomio 18:15-19: “Un profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el Señor tu Dios; a él oirán. Esto es conforme a todo lo que pediste al Señor tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: ‘No vuelva yo a oír la voz del Señor mi Dios, no vuelva a ver este gran fuego, no sea que muera’. Y el Señor me dijo: ‘Bien han hablado en lo que han dicho. Un profeta como tú levantaré de entre sus hermanos, y pondré Mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que Yo le mande. Y sucederá que a cualquiera que no oiga Mis palabras que él ha de hablar en Mi nombre, Yo mismo le pediré cuenta”.
Si hubo juicio para quienes no atendieron la voz del Señor por medio de Moisés, ¿qué será de quien ignore la voz de Cristo?
Para estudiar el pasaje de hoy en Mateo 5:3-12 y que inaugura el sermón del monte, conocido como las Bienaventuranzas, propongo la siguiente idea central extraída del pasaje.
Argumento
Los excluidos y rechazados por el mundo son llamados al Reino de los cielos, donde el Rey y su Reino son su recompensa.
Y esto lo vamos a ver en el siguiente orden:
- El Reino de los cielos es para los excluidos (v. 3-6).
- Los excluidos muestran su realeza imitando al rey (v. 7-9).
- La recompensa de los rechazados por el mundo (v. 10-12).
1. EL REINO DE LOS CIELOS ES PARA LOS EXCLUIDOS (v. 3-6)
Cuando la palabra dice bienaventurados, habla de felicidad y no de una felicidad emocional, no una alegría circunstancial, sino una felicidad suprema, debida a tener la bendición de Dios. Jesús está hablándole a sus discípulos primariamente, pero también a la multitud que se reunió a su alrededor. Personas que habían sido sanadas de sus enfermedades, que Él les estaba dando esperanza para vivir en medio de la opresión del imperio romano.
Jesús les habla no según lo que el mundo considera como exitoso, sino lo que a los ojos de Dios es hacer parte de su Reino celestial.
Inicia el discurso el Rey, el Señor Jesús. Dice la palabra en Mateo 5:3: “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos”.
No es pobreza física, sino la absoluta bancarrota espiritual. Es reconocer que no tengo nada bueno para ofrecer a Dios. Que mi única esperanza está fuera de mí, en Su misericordia. Los pobres espiritualmente reconocen su total dependencia de la gracia. Es cuando el “yo” es nada y Cristo lo es todo.
Es el reconocimiento de que no tenemos nada que ofrecer a Dios, ningún mérito, ninguna justicia propia.
De ellos es el reino de los cielos, una posesión que inicia en el presente y se extiende a la eternidad.
Mateo 5:4: “Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados”.
Quienes lloran por el propio pecado y la pecaminosidad del mundo. Es ser sensibles al pecado, propio y ajeno. Es un llanto en señal de arrepentimiento genuino. Este es el lloro de los que han visto su pecado con los ojos de Dios, y les ha roto el corazón. Es llorar al ver cómo nuestra maldad ofende a un Dios que es tres veces santo.
Dice 2 Corintios 7:10ª: “Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar”. Es la tristeza según Dios que produce arrepentimiento.
El pobre espiritual llora con el duelo espiritual que sigue de reconocer su pobreza. Pero tiene consuelo en el perdón de Dios y la presencia del Espíritu Santo, el consolador.
Siendo ciudadanos del Reino de los cielos, lloramos por nuestro propio pecado, por el pecado del mundo, sentimos dolor al ver la rebelión de la humanidad contra Dios y también por las consecuencias del pecado. Al ver el sufrimiento que plaga este mundo caído. Este no es el llanto de la desesperanza, sino el llanto que nace de un corazón sensible al pecado y sus efectos terribles en el mundo.
Mateo 5:5: “Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra”.
En el original πραΰς praus se puede traducir como manso, humilde o gentil. Esta cualidad no significa debilidad, sino ser alguien con poderoso, pero saber estar bajo control. Es la mansedumbre que se somete a la voluntad de Dios sin murmurar, incluso en el sufrimiento, y que trata con ternura al prójimo. Es la actitud del que no necesita demostrar nada porque su identidad está segura en Cristo, quien tiene disfrute pleno de la herencia de Dios en esta vida y en la venidera.
Es la sumisión voluntaria a la voluntad de Dios. La mansedumbre es la aceptación gozosa de la providencia de Dios sin resentimiento ni rebelión.
Mateo 5:6: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados”.
Se refiere a una pasión intensa y constante por la justicia de Dios, tanto de la justicia imputada (declarados justos por Cristo) como de la justicia práctica (la santificación). Es un hambre por lo que es recto ante los ojos de Dios. El Señor compara estas dos necesidades físicas (hambre y sed) para que nosotros entendamos que debemos tener un deseo apremiante de Su justicia.
Es justificación de Dios y santificación personal. No es solo tener deseo, sino una necesidad desesperada. Un anhelo profundo por la justicia imputada de Cristo (justificación) y la justicia viva en el creyente, su santificación. El cristiano tiene hambre de ambas. Primero anhelamos ser declarados justos (justificación forense), luego anhelamos ser hechos justos (santificación progresiva).
Además de la justicia personal, el anhelo ardiente de ser más santo, más como Cristo, está la justicia social/creación: el deseo de ver la justicia de Dios prevalecer en el mundo. El cristiano genuino tiene un apetito insaciable por la santidad. Como en dice Salmo 42:1: “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así te anhela a ti, oh Dios, el alma mía”. Es un hambre y sed que de este lado de la eternidad no será plenamente saciado.
Debemos notar que estas características —pobre espiritual, quien llora, quien es manso, quien tiene hambre y sed de justicia— no son las que alguien debe cumplir para ser aceptado en el Reino de los cielos; son actitudes que ya tiene quien hace parte del Reino de los cielos. Por eso inició el Señor diciendo que quienes se reconocen como pobres de espíritu, de ellos es este Reino, no que de ellos será.
Empezamos a vivir en el Reino de los cielos al creer en el Rey que gobierna ese Reino, en Cristo. Esto no es un retrato de nosotros como creyentes, sino del mismo Señor Jesús; es un espejo al cual mirarnos y una meta a la cual apuntar en el poder del Espíritu Santo.
Mientras el mundo valora el orgullo, la autosuficiencia y la arrogancia, Jesús declara felices a los pobres, a los humildes, a los que lloran, a los mansos, quienes tienen una necesidad vital de hambre y sed de justicia.
Podemos sobrevivir tres semanas sin comida, tres días sin bebida, tres minutos sin aire, pero el creyente no puede vivir sin la justicia de Dios aplicada a su vida, y sin anhelar que esa justicia se haga plena sobre toda la creación.
La verdadera bienaventuranza comienza con un corazón humillado ante Dios, consciente de su pecado, sumiso a Su voluntad y apasionado por Su justicia.
Estas actitudes del verdadero creyente no solo se ven en dirección a su dependencia de Dios, sino también en su relación con los otros.
2. LOS EXCLUIDOS MUESTRAN SU REALEZA IMITANDO AL REY (v. 7-9)
Estas cualidades son la evidencia de haber recibido la gracia y el fruto visible del Espíritu Santo. Son las evidencias visibles de la obra invisible de la gracia y son manifestadas por aquellos que son excluidos por el mundo.
Mateo 5:7: “Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia”.
Hacer misericordia es compasión que lleva a la acción con los necesitados y perdonar a quienes nos han ofendido porque hemos experimentado la misericordia incalculable de Dios.
Los misericordiosos extienden el perdón y la compasión que han recibido del Padre; por eso, es marca de todo creyente regenerado. Esto no es salvación por obras. Recordemos que estas bienaventuranzas describen al que YA está en el Reino, no al que busca entrar.
Somos salvos por gracia mediante la fe, pero la fe verdadera produce obras (Santiago 2:17). Por otro lado, un corazón duro hacia los demás es evidencia de un corazón no tocado por la gracia de Dios. Misericordia incluye tanto el perdón hacia quienes nos han ofendido como socorrer a quienes sufren.
No nos hacemos merecedores de misericordia siendo misericordiosos. La secuencia es: recibimos misericordia inmerecida de Dios y esto nos transforma en personas misericordiosas. Como dice Efesios 4:32: “Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo”. Y de esa misma misericordia seguimos siendo beneficiarios y extensores en toda nuestra vida.
Mateo 5:8: “Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios”.
Se refiere a una pureza que no siempre es notoria, sino de motivos y propósitos. No solo una pureza externa, sino una integridad interna que busca agradar a Dios en el pensamiento y el deseo, con las intenciones de su corazón. Los limpios de corazón buscan integridad y sinceridad interior para “ver” la gloria de Dios. Esta pureza nace al contemplar a Cristo como espejo perfecto en el cual reflejarnos.
La idea es ser puros, sin mezclas, sin doblez, es ser íntegros. Esto involucra la pureza de motivos en nuestras relaciones y servicio, secular y eclesial. Es integridad y sinceridad, buscando agradar a Dios siempre y no a los hombres.
Esta bienaventuranza destruye la religiosidad farisaica. Jesús no busca manos limpias sin corazón limpio; busca un corazón limpio que produzca manos limpias, porque del corazón mana la vida. Un corazón honesto, sin duplicidad, sin segundas intenciones. Es lo opuesto absoluto a la hipocresía farisaica. Un corazón cuya única meta sea glorificar a Dios.
Los fariseos se enfocaban en la pureza externa —lavamientos ceremoniales, reglas dietéticas, pero Jesús enfatizaba la pureza interna. Esto solo es posible a través del nuevo nacimiento (Juan 3:3) y la obra santificadora del Espíritu Santo.
Mateo 5:9: “Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios”.
Se refiere a aquellos que trabajan activamente para llevar la paz de Dios a los conflictos humanos, reconciliando a las personas con Dios (evangelismo) y entre sí. Son mediadores del Evangelio, promoviendo la reconciliación entre Dios y el mundo. La paz cristiana siempre tiene un alcance misionero.
No es pasivo, personas que desean estar en paz, sino que es activo, hacedores de paz. No dice “pacíficos”, sino “pacificadores”. Primariamente, esto significa proclamar el Evangelio de paz, reconciliando a los pecadores con Dios. Secundariamente, es buscar la reconciliación entre las personas. Esto solo lo puede hacer alguien que ya conoce la paz para con Dios. El pacificador busca reconciliar a los enemigos, primero con Dios, luego entre ellos porque reflejamos el carácter de nuestro Padre, el “Dios de paz”.
Un corazón transformado por Dios inevitablemente produce un carácter que es misericordioso, íntegro y que busca la paz en sus relaciones con los demás. Y esto hace que el mundo le rechace.
3. LA RECOMPENSA DE LOS RECHAZADOS POR EL MUNDO (v. 10-12)
Mateo 5:10: “Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos”.
Como conclusión lógica y advertencia realista. Si un creyente vive genuinamente el carácter descrito en los dos puntos anteriores, habrá una reacción inevitable por parte de un mundo que se opone a Dios.
Es la confirmación de que el carácter del Reino choca inevitablemente con el mundo. Por ello, la persecución por ser un verdadero cristiano no es una maldición, sino una demostración de bendición. Ser discípulo de Cristo incluye este sufrimiento. Mateo 10:38 dice: “Y el que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí”.
No es solo sufrir. Es sufrir “por causa de la justicia”—no cualquier persecución, sino por vivir justamente. No es por ser desagradable, extraño o insensible, sino por reflejar fielmente el carácter de Jesús.
Mateo 5:11: “Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí”.
Jesús menciona diferentes formas de persecución: vituperio, persecución, calumnia—no por pecar de verdad. Y sufrir por la justicia divina es sufrir por causa de Cristo (v. 11).
“Si vives verdaderamente para Cristo en este mundo caído, serás perseguido. No es una posibilidad, es una promesa”. Dice 2 Timoteo 3:12: “Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos”.
Esta es la paradoja final. Si vives las primeras siete bienaventuranzas auténticamente, inevitablemente experimentarás la octava. El mundo odia la luz porque expone sus tinieblas. Y viviendo así estamos reflejando la luz de Cristo.
Noten la progresión: primero son pobres en espíritu (v. 3), y terminan siendo perseguidos (v. 10). El camino del discipulado va hacia arriba en santidad, pero hacia abajo en la estima del mundo.
En realidad, la hostilidad del mundo no es contra nosotros, sino contra Jesús, a quien representamos. Ante esto, la respuesta del creyente no es tristeza, sino gozo.
Mateo 5:12: “Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que ustedes”.
¿Por qué hemos de regocijarnos, alegrarnos, saltar de alegría por ser perseguidos? Porque es señal de que pertenecemos a Cristo (Juan 15:18-20). Esta persecución confirma nuestra ciudadanía celestial, nos identifica con Él y promete una gran recompensa.
Jesús muestra la contracultura de su Reino.
Jesús está proclamando una inversión radical de valores:
El Mundo Dice | Jesús Dice |
Bienaventurados los ricos | Bienaventurados los pobres |
Bienaventurados los fuertes | Bienaventurados los mansos |
Bienaventurados los llenos | Bienaventurados los hambrientos |
Bienaventurados los populares | Bienaventurados los perseguidos |
Hay tanta oposición porque hay dos Reinos en conflicto.
- El Reino de este mundo, gobernado por satanás, que promete felicidad a través del orgullo, el placer y el poder.
- El Reino de Dios, donde la vida viene a través de la muerte, la exaltación a través de la humildad y la ganancia a través de la pérdida, la felicidad plena por ser pobre, llorar, tener hambre y sed de justicia, y ser perseguidos a causa de Cristo.
APLICACIONES
Las Bienaventuranzas no son una lista de virtudes para alcanzar mérito ante Dios. Son la descripción del carácter del ciudadano del Reino de los Cielos, una inversión completa de los valores del mundo.
No es “felicidad” basada en circunstancias. Es un gozo, una dicha espiritual permanente, es la satisfacción del alma que encuentra su todo en Dios.
El camino del que se humilla, que lo lleva a ser exaltado. Notemos algunas implicaciones prácticas de estas bienaventuranzas.
POBREZA
El reconocernos pobres en espíritu muestra nuestra relación vertical con Dios y el reconocimiento de nuestra completa necesidad de Él. ¿Te ves a ti mismo como espiritualmente en bancarrota, necesitando la misericordia de Dios cada día? ¿O vives en la ilusión de tu propia bondad y autosuficiencia?. La pobreza en espíritu no es una fase inicial del cristianismo —es la actitud continua del creyente maduro.
Corrie Ten Boom dijo: “Nunca podrás aprender que Cristo es todo lo que necesitas, hasta que Cristo sea todo lo que tienes”.
LLANTO
El llanto es la respuesta emocional a nuestra pobreza espiritual. El resultado de ver nuestra pobreza y la del mundo sin Dios. Es humildad y sumisión a la voluntad de Dios, renunciando a nuestros “derechos” y confiando en Su soberanía. Es lo opuesto al orgullo farisaico que decía: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres” (Lucas 18:11). Pero en Cristo somos consolados, y esto por medio del Espíritu Santo, quien es el Consolador (Juan 14:16).
¿Tu pecado te entristece genuinamente? ¿O lo has normalizado y minimizado? Un corazón que ya no llora por el pecado es un corazón que se ha endurecido peligrosamente. Quien llora por su pecado es consolado con el perdón, la gracia y la seguridad de la redención en Cristo para la eternidad.
MANSEDUMBRE
La mansedumbre es la humildad y gentileza nacidas del reconocimiento de nuestra posición ante Dios. Jesús mismo nos invitó: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). El manso confía en que Dios defenderá su causa.
Esto se opone al orgullo farisaico “soy mejor que los demás hombres” y al del mundo que enseña la ley del más fuerte y a la autosuficiencia moderna que proclama: “Yo puedo con todo.”
¿Cómo reaccionas cuando no obtienes lo que crees merecer? ¿Al ser malentendido o tratado injustamente? La mansedumbre se revela especialmente en nuestras reacciones ante las ofensas. ¿Cómo reaccionas ante las ofensas y las injusticias? ¿Con la arrogancia de quien exige sus derechos, o con la mansedumbre de quien los ha entregado a Dios?
Pero no son los fuertes los que conquistarán la tierra; los mansos “heredarán la tierra”, porque les es dada, no ganada.
JUSTICIA
Hambre y sed de justicia es una pasión dominante que surge de un corazón humillado. Es un anhelo intenso por la santidad personal y por ver la justicia de Dios manifestada en el mundo. Cristo mismo es nuestra justicia completa (1 Corintios 1:30: “Pero por obra Suya están ustedes en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, santificación y redención”).
Es un hambre insaciable en esta vida; cuanto más se alimenta, más crece. Evidenciando su autenticidad. Cristo no vino a satisfacer a los que están satisfechos con su propia justicia. ¿Cuál es tu hambre más profunda? ¿Anhelas el reconocimiento, el éxito, la comodidad? ¿O tu alma suspira por la santidad personal y la gloria de Dios?. Nuestros deseos más profundos revelan el verdadero estado de nuestro corazón.
Aquí tenemos hambre y sed de justicia, pero en la eternidad el Señor satisfará ese anhelo porque Él restaurará todas las cosas para su sola gloria.
MISERICORDIA
La misericordia no es mérito del pecador; si lo mereciera, sería justicia, no misericordia. Aquellos que han sido perdonados mucho y sabiendo que no lo merecían, pueden perdonar mucho. La misericordia fluye del corazón que recuerda constantemente la inmensa deuda que Dios le perdonó.
La promesa: “Recibirán misericordia”—no para salvación (ya la tienen), sino en la vida diaria y el juicio final. Es una promesa de retribución divina en el juicio, que es consecuencia de la salvación.
¿Eres conocido por tu misericordia o por tu dureza? ¿Perdonas fácilmente o guardas rencor? ¿Tu corazón se mueve con compasión hacia los que sufren? La falta de misericordia hacia otros revela una comprensión deficiente de la misericordia de Dios hacia nosotros.
¿A quién necesitas mostrar misericordia hoy? Los ciudadanos del Reino reflejan la misericordia del Rey. Si no perdonas, dice Jesús en Mateo 6:15, tu Padre tampoco te perdonará. No porque debas ganar el perdón, sino porque la falta de perdón revela un corazón que nunca ha conocido verdaderamente la misericordia de Dios.
PUREZA DE CORAZÓN
El tener un corazón limpio no es por esfuerzo propio. No hay uno que haga lo bueno ni busque a Dios, pero el Señor prometió en Ezequiel 36:26 que nos daría un corazón nuevo y ésta una obra de regeneración del Espíritu Santo. Un corazón limpio no es un corazón sin tentaciones, sino un corazón que no cede a ellas. Un corazón orientado a un único propósito, agradar a Dios. Dios no mira solo lo que hacemos, sino por qué lo hacemos. No es mostrarte limpio por fuera, es ser limpio de corazón.
Jesús confronta nuestra hipocresía. No se trata de parecer religioso externamente mientras el corazón está lleno de lujuria, avaricia, amargura u orgullo. Dios mira el corazón (1 Samuel 16:7). ¿Qué ve cuando mira el tuyo?
La promesa: “Verán a Dios” tanto en intimidad creciente en esta vida como en verlo a Él en gloria en la eternidad. Es una experiencia de comunión y conocimiento de Dios en esta vida y la visión gloriosa en la eternidad. Ahora vemos a Dios por fe, en Su Palabra, en Cristo y en el futuro lo veremos cara a cara.
¿Por qué haces lo que haces en tu servicio cristiano? ¿Buscas ser visto por otros, o buscas agradar a Dios? ¿Tus motivos son puros o están contaminados por el orgullo y la búsqueda de reconocimiento?
PACIFICADORES
El mayor pacificador es Cristo (Efesios 2:14-16). Nosotros continuamos Su ministerio de reconciliación (2 Corintios 5:18-20). Y no es que nos hacemos hijos por ser pacificadores, sino que siendo hijos, reflejamos el carácter del Padre. Dios es el Dios de paz (Romanos 15:33; Filipenses 4:9). Él, quien hizo la paz por la sangre derramada en Su cruz (Colosenses 1:20).
Ser pacificadores no significa comprometer la verdad evitando conflictos legítimos. Jesús hizo paz entre Dios y el hombre en la cruz, pero nunca comprometió la verdad del Evangelio. La iglesia es columna y baluarte de la verdad.
La promesa: “Serán llamados hijos de Dios” —reflejan el carácter de su Padre, quien envió al Príncipe de Paz— reconocidos como miembros de la familia de Dios.
¿Eres una fuente de división o de unidad en tu hogar, iglesia y trabajo? ¿Tus palabras sanan o hieren? ¿Haces lo posible por buscar la reconciliación cuando hay conflicto? ¿Eres una fuente de unidad y reconciliación o eres conocido por fomentar la división y el conflicto?
RECHAZADOS
Esto es ser perseguidos por causa de la justicia de Jesús; es una prueba de ser discípulos. “Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo 10:38).
Su galardón es grande en los cielos. Es una recompensa de Dios, no por mérito, sino por gracia. Es hacer parte del Reino por la eternidad y pasar toda la eternidad con su Rey.
La disposición a sufrir gozosamente el rechazo del mundo por lealtad a Cristo y Su justicia es evidencia final de un carácter auténticamente bienaventurado.
La reacción correcta no es tristeza, sino gozo y regocijo. ¿Por qué?
- Confirma nuestra ciudadanía genuina en el Reino.
- Nos identifica con los profetas y con Cristo mismo.
- Asegura recompensa grande en los cielos.
El sufrimiento por Cristo es un privilegio; los discípulos salieron gozosos luego de ser azotados por haber sido tomados por Dignos de sufrir por causa de Cristo (Hechos 5:41; Filipenses 1:29).
Que el mundo nos rechace confirma nuestra identidad como discípulos genuinos (2 Timoteo 3:12), pues no pertenecemos al mundo, aunque estemos en él. Tiene recompensa eterna: “Regocíjense y alégrense, porque la recompensa de ustedes en los cielos es grande”.
La vida del Reino, siendo contracultural, inevitablemente choca con el mundo caído. El mundo odia la justicia de Cristo porque expone su injusticia. Es por su causa, por la lealtad a Él, que sus seguidores son ultrajados. Este sufrimiento no es una maldición, sino un privilegio que nos une a la línea de los profetas y, fundamentalmente, a Cristo mismo. La recompensa es una que veremos en plenitud en los cielos.
Si nunca has experimentado oposición por tu fe, ¿será porque no vives distintivamente? Juan 15:19: “Si fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no son del mundo… el mundo los odia”. Esto no significa buscar persecución o ser ofensivos innecesariamente. Pero sí significa vivir con tal integridad, pureza y fidelidad a Cristo que el mundo lo pueda percibir. Es una persecución que puede venir en forma de burla, exclusión, pérdida de oportunidades, presión familiar. ¿Estamos dispuestos a pagar el precio del discipulado?
¿Experimentas algún nivel de resistencia por tu fe auténtica? ¿O has adaptado tu cristianismo para evitar toda incomodidad? Un cristianismo que nunca genera fricción con el mundo puede no ser cristianismo bíblico.
CONCLUSIONES
Las bienaventuranzas describen el carácter que el Espíritu Santo produce inevitablemente en todo verdadero creyente. Y al hacer parte del fruto del Espíritu, es una unidad, no opciones independientes de las cuales podemos escoger algunas. Forman un retrato completo y progresivo del carácter cristiano auténtico. En ellas el Señor contrasta el carácter genuino de sus seguidores con la religiosidad superficial de los fariseos y la mundanalidad de los gentiles. No es masoquismo espiritual.
Hoy vemos en las redes sociales espejismos de “vidas perfectas” que supuestamente satisfacen. Los libros de autoayuda llenan las estanterías prometiendo las “claves” para una vida plena. Pero al final del día, nuestra generación es una de las más ansiosas, deprimidas y vacías de la historia.
Cristo no prometió felicidad a través de la riqueza, el poder o el placer. En su lugar, declaró bienaventurados —doblemente felices— a los pobres en espíritu, a los que lloran, a los mansos y a los perseguidos. Y esta paradoja la vemos en su máxima expresión en Cristo mismo.
La Cruz es la Paradoja Suprema
Todo esto culmina en la cruz, donde Jesús mismo encarnó estas bienaventuranzas:
- Pobre en espíritu: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
- El que llora: “Alma mía, está muy afligida, hasta el punto de la muerte”.
- Manso: Como oveja ante sus trasquiladores, no abrió su boca. Sometido al Padre.
- Hambriento de justicia: “Tengo que hacer las obras del que me envió”.
- Misericordioso: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
- Puro de corazón: “¿Quién de ustedes me prueba que tengo pecado?”.
- Pacificador: Haciendo paz mediante su sangre, nos reconcilió con el Padre.
- Perseguido: “Fue despreciado y desechado de los hombres”.
El Rey no vino a conquistar con guerra, sino con paz. No imponiéndose, sino siendo humilde. No siendo servido, sino sirviendo. No era el mesías político que esperaban los judíos, para librarlos de la opresión física y mostrar la gloria Davídica. Es el mesías que nos vino a rescatar de la opresión del pecado, de una vez y para siempre, en el Reino de los cielos donde su gloria es total y eterna.
Ante ese Rey y su Reino eterno, deberíamos:
- Rechazar el llamado evangelio de la prosperidad, porque es lo que promete satanás no Jesús.
- Vivir como ciudadanos del Reino ahora.
- Esperar por la recompensa futura.
Jesús proclamó en Mateo 4:17: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”. El Reino esperado por siglos finalmente llegó, pero no como la mayoría lo esperaba. Jesús inaugura un Reino que opera bajo principios contraintuitivos. Las Bienaventuranzas son la Constitución de este Reino, describiendo el carácter de los ciudadanos del Reino. Si quieren conocer la verdadera felicidad, aquí está el camino del Reino, que es exactamente opuesto al camino del mundo. El camino de la cruz que nos presenta el Evangelio.
Esta es la belleza del Evangelio: Jesús vivió perfectamente todas estas bienaventuranzas en nuestro lugar. Donde nosotros fallamos, Él tuvo éxito. Su justicia perfecta se acredita a nuestra cuenta por fe. Y por Su Espíritu, Él nos lleva progresivamente para ser como Él.
Puedes intentar imitar estas cosas en algún momento, pero si no es por causa de Cristo, es sin propósito redentor. No puedes ser salvo por cumplir algo; somos salvos solo por gracia, pero esa gracia que nos salva se ve manifestada en las bienaventuranzas, que no son según el mundo, sino según Cristo. Puedes engañar a algunas personas, en algún momento, pero nunca a todos todo el tiempo y definitivamente no podrás engañar al Señor.
El carácter cristiano es absolutamente imposible de producir por esfuerzo humano. Es obra sobrenatural del Espíritu Santo —es el “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22-23) expresado en acciones y actitudes específicas.
Por tanto, la aplicación principal no es “esfuérzate más para ser así”, sino “ríndete más completamente al Espíritu Santo”. Es un llamado a la dependencia total en Cristo y su poder salvador.
La felicidad que el mundo promete es un espejismo que se desvanece al acercarnos. La “bienaventuranza” que Cristo ofrece es:
- Absoluta, porque apunta al corazón.
- Estable, porque no depende de las circunstancias.
- Satisfactoria, porque encuentra su gozo en ser quien Dios nos creó para ser.
Como dice Piper: “Dios es más glorificado en nosotros cuando nosotros estamos más satisfechos en Él”. Las Bienaventuranzas describen un alma completamente satisfecha en Dios.
Si nunca has confiado en Cristo, hoy es el día. Reconoce tu pobreza espiritual. Llora por tu pecado. Ven a Él con hambre y sed de justicia. Él promete: “Al que viene a Mí, no lo echaré fuera” Juan 6:37. Solo entonces podrás empezar a experimentar la verdadera felicidad del Reino.
Si eres creyente, permite que estas palabras te confronten. Vivimos en un mundo que nos presiona constantemente a conformarnos a sus valores. Pero fuimos llamados a ser diferentes, a ser sal y luz, a mostrar el carácter contracultural del Reino de Dios. Usa las Bienaventuranzas como una guía para la oración y el autoexamen. Alégrate en la evidencia de su gracia en tu vida y no te desesperes por tus fallas, sino corre a la cruz.
Que Dios nos ayude a vivir como verdaderos ciudadanos del Reino de los Cielos, mostrando al mundo que la bendición real no se encuentra donde el mundo la busca, sino en Cristo, el Rey del Reino que vino a buscar y salvar lo que se había perdido. Somos ciudadanos del cielo en territorio enemigo. Y a este Reino inconmovible somos llamados por el Rey que vive y reina para siempre. Amén.